Deuda espuria
Se ha tenido que acudir al más tricolor y viejo de los trucos, reestructurar lo impagable, al menos lo de corto plazo.
El texto constitucional, en materia de endeudamiento público, atiende y evita la irresponsable acción de políticos de cortísima visión. Destacan en el tema tres titulares del Ejecutivo, curiosamente, todos llevan el apellido López. Los dos primeros, en un apellido compuesto, y el último, en un forzado apellido compuesto, ya que se molesta si no lo llaman por ambos apellidos.
Los tres tienen en común el haber acudido al financiamiento haciendo malabares para fingir que no lo han hecho, propiciando un desorden mayúsculo en el registro de pasivos. En el siglo XIX aprendimos que la guerra y los conflictos de extrema pacificación, no permiten que el gobierno se endeude, porque esa actividad, al no ser productiva, o no al menos en el caso de nuestro país, sólo deja el pasivo sin que al tiempo de maduración se tenga con qué pagar.
López de Santa Anna incurrió en enormes gastos para mantener a importantes segmentos de la población ocupada, lo malo, como lo hemos dicho, es que la actividad bélica, aparte de ser poco exitosa en su caso, tuvo que ser pagada entregando la mitad del territorio.
Se dice que el arreglo supuso el pago de una sustanciosa cantidad, misma que algunos sostienen nunca se cubrió, y otros dicen que una buena parte se repartió entre funcionarios públicos, y el resto se distribuyó, claro, en efectivo, entre las tropas. Sin embargo, la real condición de la deuda incurrida continuó siendo un misterio, y, a la larga, quienes lo sucedieron pagaron caro la imprudencia del presidente más popular del siglo XIX.
Después vino el cánido que dijo que tendríamos que aprender a administrar la abundancia, llevando el nivel de la deuda a niveles nunca vistos. Entre los años 1978 y 1981 vivimos los dos extremos, la euforia de recibir a manos llenas, siendo perseguidos los funcionarios hacendarios por banqueros internacionales para contratar generosos créditos, así como tener que entrar al penoso túnel de la obligada, y no estratégica, reestructura.
La salida de capitales fue tan brutal, que hasta algún titular del despacho hacendario fue señalado de haber sacado enormes sumas del país, al tiempo de haber aconsejado y auxiliado a importantes empresarios a transferir sus fortunas al exterior.
La realidad nos alcanzó, y vimos tristemente que el valor de la actividad o fuente designada como origen de los recursos para pagar la deuda es crucial para no tener que vivir los sinsabores del descrédito y el desbalance presupuestario que aquí solemos llamar crisis.
La ley es clara en cuanto a que la deuda de Pemex no está respaldada por el gobierno. Violentándola, se han venido drenando recursos presupuestarios para solventarla, anunciando incluso que existe soporte del erario. Esa improductiva empresa no puede siquiera pagar proveedores, por lo que lejos está de ser fuente de pago del irresponsable y enorme apasivamiento que contrata. Algo similar sucede en la CFE, en la que el director general sabe de muchas cosas, pero nada de finanzas públicas. El subregistro contable ha venido creando un margen de crédito fantasioso, irreal y peligroso.
El tercer López, tras haber atropellado sin misericordia la Constitución, ha generado el más alto endeudamiento oficial sin identificar fuente de pago, ya no digamos que esté sobrevaluada, simplemente, no existe.
Se ha tenido que acudir al más tricolor y viejo de los trucos, reestructurar lo impagable, al menos lo de corto plazo. Así, se pretende echar tierra a la evidente violación de nuestra Carta fundamental. Sólo los expertos sabrán que el origen de la deuda es espurio, pero el problema persiste, no se sabe con qué se pagará.
