El desgobierno
Han decidido guiarse por lo que reza el viejo refrán, no creas lo que digo, sino lo que hago. El ejemplo y, sobre todo, el malo, arrastra.

Gabriel Reyes Orona
México sin maquillaje
Morena tiende a ser una legión de generales. Todos quieren mandar y tener bajo su mando a los demás. La ambición ha hecho presa de los militantes del partido oficial. Han probado la riqueza fácil, y todos aspiran a ser multimillonarios en pocos meses. Quieren ser todo, menos los pobres auspiciados por los programas oficiales. Ven hacia arriba, y sólo ven derroche, exceso y abusos pagados con un impresionante torrente de dinero que, claramente, no tenían sus dirigentes hace apenas siete años.
Han decidido guiarse por lo que reza el viejo refrán, no creas lo que digo, sino lo que hago. El ejemplo y, sobre todo, el malo, arrastra. En tanto que el macuspano decía traer tan sólo 200 pesos en la cartera, se sabe que su familia tuvo acceso a cuantiosísimos caudales, hasta hoy, de paradero desconocido. Siguen a su líder, pero ya se burlan de la austeridad, y hasta de la transformación, ellos quieren ser como quienes los dirigen, quieren ser capos de la transformada mafia del poder.
Han encarnado el otro dicho que dice, se esconde la mano que roba, pero no la que gasta. Hoy, se ha desatado una competencia por embolsarse, a la mayor velocidad posible, el presupuesto, pero, sobre todo, los enormes caudales que provocan los ilícitos negocios que pueden articularse a la sombra del poder.
En un Estado de derecho, hace rato Adán Augusto habría sido designado embajador o, al menos, habría renunciado por motivos personales. Lejos de eso, ha tomado el estandarte de las huestes morenistas que se han lanzado en masa a atracar. Los encabeza; defiende y representa a cabalidad, es el modelo del funcionario exitoso que ofrece la 4T, capaz, incluso, de armar una efectiva intriga en contra de quien lo puso en evidencia.
Todo el mundo sabe qué estuvo haciendo mientras fue secretario de Gobernación, poniendo en contraste todo lo que hoy no hace Rosa Icela por mantener la paz y la concordia social. En el país, el hartazgo crece, ya que los mantras de la propaganda no dan de comer y, poco a poco, los ahorros se han ido agotando. El desfondar las arcas sobre la población permitió sedar a la gente. Se ofreció un grotesco espectáculo en el que el interés público se entiende como el irrestricto derecho a aferrarse al poder como sea, asumiendo que las riquezas del Estado se funden y confunden con el patrimonio propio; postura que asumieron no sólo Castro, Mao, Stalin y Mussolini, sino también Ferdinando Marcos, Ceaucescu, Gadafi, e Idi Amin Dada. Las familias de éstos fueron alcantarilla, la cual reveló la existencia de una profunda y pestilente cloaca. Al ser ésta expuesta, encontraron finalmente su lugar en la historia.
Muchos aplaudieron la caída de Saddam Hussein; llegó al punto de ser indefendible. Sorprendentemente, muchos que no viven en Venezuela, sino que han vivido de ella, hoy se rasgan las vestiduras ante la inminente caída del autócrata. En ambos casos, como en el de Noriega, nuestro vecino tomó por la fuerza la última palabra. Esos sujetos olvidaron que no hay mayor fuente de apoyo en la comunidad internacional que la legitimidad que da el respeto a los puntales de la vida democrática. Una sólida estructura institucional, en favor de la gente, jamás ha recibido ataques de Washington.
En el Manifiesto de Cartagena, Bolívar se rebela en contra de la mala administración de las rentas públicas, así como de la siembra oficial del encono, entre quienes deben tratarse como hermanos. Bolívar, hoy, cabalgaría indignado por Latinoamérica, sí, fuera de los palacios en los que, fosilizados funcionarios, sentados en fortunas amasadas ilícitamente, abusan de su nombre. Su brega fue de opositor sin fronteras, no de tirano.