De peligro a problema
Visto con buenos ojos, la expulsión de mexicanos, que son la fuente de ese torrente de flujo financiero, es y será una vergüenza para cualquier presidente
Podría uno preguntarse qué tanto daño se puede hacer en 21 meses. La respuesta es mucho. El cacique está llegando al límite, ya no puede ocultar su molestia. Lejos de andar el sendero de la victoria, es claro que su ruta se empina hasta hacerse verdaderamente molesto el responder los cuestionamientos y señalamientos que vienen de todos lados. Todo es confrontación y nadie, salvo los de siempre, le aplaude.
Resultó que no es tan fácil encontrar un lugar en el podio de presidentes exitosos. Al terminar su sexenio, de nada servirá que midan su popularidad, ya no estará en el poder y su imagen se desvanecerá hasta ser lo que él nunca quiso, el payaso de las cachetadas. Parece que ya ha caído en cuenta de que, una vez que concluya la elección, sea quien sea el que gane, propio o ajeno, nada le deberá y la jauría irá tras él.
No puede ocultar su enojo, ya que ante el más mínimo reclamo explota y se lanza, con todo, en contra del statu quo que existe hace décadas y que, cuando se vaya, permanecerá en donde siempre ha estado. De entrada, las posibilidades de que las fuerzas castrenses mantengan el actual liderato es más que complejo, lo real es que será alguien que no le deba lealtad absoluta, sino sólo una ceremonial deferencia.
Los números son demoledores, bajo cualquier indicador está reprobado. Se aferra al tipo de cambio como logro tangible, aunque bien sabe que él nada tiene que ver en su aparente estabilidad, así como que se trata de un asunto que deriva de su más grande incapacidad, la de generar empleos. Visto con buenos ojos, la expulsión de mexicanos, que son la fuente de ese torrente de flujo financiero, es y será una vergüenza para cualquier presidente, pero, peor aún, cada día va quedando más claro que esos caudales mucho tienen que ver con los dólares que, en sus muy distintas ramas, produce el crimen organizado, al cual le ha dado carta blanca para mandarlo por la vía bancaria sin ninguna investigación.
Tiene el descaro de sumar a ese “resultado” el de que los grandes potentados no temen ser secuestrados, olvidando, por supuesto, que muchos de ellos cada día pasan más largos “periodos vacacionales” fuera del país, algunos han pasado más tiempo en el extranjero que en México durante el presente sexenio. Monterrey, prácticamente se ha mudado al sur de Texas. Sí, algunas fortunas de las que se reportan en grandes revistas pasan buena parte del tiempo en tierra azteca, pero lo hacen para hacerle llegar calor de hogar, siendo esto ineludible y necesario, pero bien calculado, para evitar que sus activos, sobre todo inmobiliarios, sufran la zozobra de un gobierno inestable. Aún le sonríen y le aplauden, buscando que no se provoque una corrida o deterioro de los valores gubernamentales, dado que ello implicaría minusvalía en su riqueza. Lo van a exprimir hasta el final, pero, al llegar el fin de sexenio, igual que a sus antecesores, sólo le mandarán una amable tarjeta navideña y le recordarán cuando narren historias de cómo tuvieron que ilustrarle sobre asuntos básicos en materia económica.
Fue un peligro para México, que pasó de la contingencia a la realidad. Todo lo que se dijo de él resultó cierto y con creces rebasó todo diagnóstico de lo lesivo que sería para el andamiaje institucional y para el progreso del país.
El inevitable olor a lo que fue ya le desborda y es percibido hasta por quienes aún se dicen sus incondicionales. El proceso será demoledor y, en el camino, puede reventar equilibrios básicos y necesarios. La necesidad de sentirse admirado o, peor aún, todopoderoso, lo llevará a cometer tropelías y errores que le marcarán para siempre.
Dejó de ser peligro, ya es un problema.
