Coalición

El primer paso fue establecer un gabinete de figuras anodinas, incapaces de crecer políticamente sin su apoyo.

Tiempos nuevos, nuevas soluciones. La autocracia se aposentó en nuestro país en la segunda década del siglo XX. Nuestra historia es una secuencia de bandazos pasamos, constantemente, de un lado a otro en el espectro de la democracia. cien años después, nuevamente vivimos bajo los designios de un autócrata, quien, sin recato, hace lo que le viene en gana, como lo hicieron Obregón y Calles. Como ellos, desde que llegó al poder, reveló la clara intención de imponer un Maximato.

El primer paso fue establecer un gabinete de figuras anodinas, incapaces de crecer políticamente sin su apoyo. Se aseguró que se tratara de incondicionales que todo le deben y que nada pueden hacer sin su anuencia. Como los autócratas del siglo pasado, extendió su residencia a todo el territorio capitalino, anulando todo viso de autonomía o separación del poder federal. La jefa de Gobierno no es sino una regente, a la que no le quedó nunca claro que no es una auxiliar más del Presidente.

No se escucha más que una voz, los secretarios son apagados ecos de lo que dice el cacique, y están prestos para anotar lo que deben y no deben hacer, careciendo de capacidad de decisión en los ramos que tienen encomendados. Calles vería en López al más auténtico de sus aprendices.

No permitió que se gestara un auténtico sucesor que, por sus méritos, planteara a la ciudadanía alcanzar la máxima magistratura, eso le mantiene al mando. A la mitad de sexenio cortó las alas de todos esos ciegos polluelos que cobran como aves de plumaje completo, despachando desde escritorios que les quedan enormes. Ujieres y mayordomos que alcanzaron las primeras posiciones sin merecimiento alguno. La falta de tesis es ya una exquisitez. En cualquier cargo que tenga establecidos requisitos legales para ser ocupado, ninguno de los nombrados pasa escrutinio ni por asomo.

Abrazan con servil devoción la despectiva designación que les colgó como sambenito. Sí, aceptan ser desechables, hechos de vil hojalata, y que no tienen mayor función que ser tapadera.

Esa es la despreciable transformación que nos ofrece el cacique, volver a los tiempos obscuros de la demagogia tricolor de principios del siglo pasado.

Seamos honestos, prácticos y realistas, no hay en México una figura que pueda enfrentar la perversa maquinaria que, con ayuda del hampa del poder, que incluye al crimen organizado, ha construido el todopoderoso dueño de las hordas guindas.

No podemos seguir reglas de un juego que ya terminó. El nuevo ardid que se hace pasar como proceso electoral no puede ser ganado impulsando una de esas míticas candidaturas que develan a un prócer salvador, al que el pueblo regocijado se entrega fervorosamente con su voto. Los presidentes han demostrado que muy lejos están de ser compendios de sabiduría, ejemplos de honestidad y dechados de virtudes en el quehacer administrativo.

Es la oportunidad, la intriga y hasta el acuerdo de las más altas cúpulas, el origen de su triunfo. Todos, en mayor o menor medida, distan de ser admirables, siendo vulgares aventureros que hicieron de la circunstancia boleto para pasar a la historia.

La nueva vía es ofrecer una coalición como candidato. Sí, un gabinete integrado, de común acuerdo y antes de la elección, por las fuerzas políticas aliadas, en el que el candidato sea sólo lo que debe ser, el gran maestre en la ejecución de un bien trazado camino para sacar al país del atolladero en el que se encuentra. La promesa de gobiernos de coalición naufraga tras la elección, la oferta política debe precisar el qué, el quién y el cómo.

Un solo nombre es caer nuevamente en el juego mesiánico que siempre sale mal.

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