Cambalache
Quienes queremos que se combata al crimen y que la ruindad política no impere, somos ya minoría.
Muchos vimos aquel promocional pagado que armó López en el que le insistían que mostrara una sonrisa como señal de confianza. Hoy lo que vemos es ya un gesto de grotesco cinismo, que muestra displicencia ante los males nacionales. Es ya sólo el tipo de cambio la variable que promueve como muestra de un supuesto buen gobierno, a pesar de que sabe que no se trata sino de un inestable efecto del baño de remesas que nada tiene que ver con su administración, pero sí con sus ya evidentes e innegables pactos con el crimen organizado.
El cinismo que muestra el gobierno del norte al no reaccionar ante las ganancias de una actividad ilícita que ellos dicen combatir, aunque nos afrente, no es algo que podamos cambiar, pero la dureza facial del Ejecutivo ante la cada vez más profunda presencia del narcotráfico como eje de la economía nacional debe ser objeto de constante reprobación. No podemos permitir que, ante la burlona respuesta del Presidente, la sociedad decida resignarse a vivir en una narcocracia.
La incondicionalidad, pero, sobre todo, la venalidad y connivencia sobre las cuales se articuló esa hermandad del mal, cártel político que nos gobierna, es sólida base del segmento de la población que vive, se dedica o regodea en actividades que perviven al margen de la ley. Sí, se trata de esos que han hecho su agosto en esta administración.
Quien no ha estado en Brasil no ha visto esos villorrios llamados favelas, donde viven miles y miles de personas hacinadas sin oportunidad de trabajo y cuya meta última en la vida es poder sortear la cárcel. Ellos prefieren vivir en un mundo de impunidad y no en uno en el que se promueva el desarrollo, dado que éste supone un orden que probablemente los pondría tras las rejas. El lema nacional rezaba orden y progreso, hoy, desdeñan el progreso, rehuyendo el orden. Lula representa esa forma de ver la vida, las favelas, con él, se tragaron a la ciudad, hoy cosecha lo sembrado. Es uno de los suyos.
Cuando la mayoría le apuesta a la impunidad y no al Estado de derecho se construye la más baja especie de gobierno, una que los griegos jamás pudieron imaginar, una que saca y mantiene a lo peor de la sociedad apoderado de las instancias de autoridad. ¿Es ése el destino de la sociedad mexicana?, ¿acaso México presume de valores porque es de lo que ya carece?
De lo que no hay duda es de que quienes queremos que se combata al crimen organizado y que la ruindad política no impere, somos ya minoría.
El futuro es oscuro y poco alentador, el gobierno tiene adicción a las remesas y ya no le importa de dónde vengan, con tal de que sigan creciendo. Como tampoco le importa eliminar requisitos sanitarios para beneficiar a la alicaída economía argentina, cuyo gobernante forma parte de la liga de la impunidad que ha decidido poner el cono sur al servicio de los peores intereses.
Es ya evidente que sólo de fuera podrán venir objeciones, aquí todas se aplastarán. Es por eso que el caudillo ha tendido un discurso que apoya una narrativa en la que lo que viene del primer mundo es imperialismo e invasivo conservadurismo. Aunque nos pese, los países democráticos están muy ocupados mirando las conflagraciones en Asia, han perdido interés en ver cómo languidecen las democracias en el subcontinente americano.
Caro estamos pagando la falta de instrucción y de formación académica, las mayorías no le apuestan al crecimiento económico, sino a las oportunidades que les brinda un movimiento que reparte botines.
El asistencialismo es el opio que mantendrá adormecida a la nación, hasta que las remesas pierdan su tóxico efecto. México siglo XXI, problemático y febril.
