Balanza

Esa ciega y torpe maquinaria que es la mayoría palamentaria es un obstáculo para que nuestro país progrese

El que no conserva, destruye. A nadie le queda duda de que López no es conservador, acabó con las arcas nacionales; con el bien reputado sistema de vacunas infantiles; con el seguro popular; con los fideicomisos especializados en diversos rubros, y con decenas de buenas cosas que tenía aquel país que, aunque mal gobernado, ahora añoramos. Pero, destaca en su obra destructora, la demoledora forma en que acabó con la frágil confiabilidad del sistema de justicia.

El Poder Judicial de la Federación se transformó tanto, que los mexicanos, ante cualquier injusticia, asumen, con gran molestia, que, de acudir a los tribunales nacionales, pueden quedar sujetos a otra más. Se duda tanto en poner una disputa en manos de los juzgados, que lo primero que se valora al demandar es qué tanto un juez puede empeorar la situación.

La calidad de la administración de justicia es inversamente proporcional a los elevados sueldos y remuneraciones que perciben aquellos que ingresan al sacro poder de lo familiar, en donde quienes, con exámenes comprados, adquieren un sueldo seguro, aunque lo que brinden sea todo menos un servicio público de calidad.

En tanto, los profesionales de la verborrea, que sólo han hundido más al país, con cada votación, dejan claro que el problema no son las leyes, sino su inaplicación. Al caudillo le preocupa el sueldo de los funcionarios del INE, cuando, cobren lo que cobren los diputados y senadores, es mucho. Nada cambia si son más o menos, el daño que han hecho al Estado de derecho tomará décadas en ser reparado.

El bajo nivel del debate es inversamente proporcional a la arrogancia que demuestran en cualquier foro, en el que sólo repiten, parafrasean o comentan lo que sus “asesores” les han escrito en tarjetas que sirven para palear la escasa o nula preparación que se requiere para ocupar una curul. Se han acostumbrado a que lo que dicen, hacen o dejan de hacer no sólo no es reprobado, sino que las horas que pasan sentados en la inopia les sirven para ser reelegidos o hasta para brincar a un rentable puesto.

Dice la Constitución que ninguno de los oficialistas sátrapas puede ser reconvenido por hacer como que trabaja. Por el contrario, es claro que 12 años recorriendo el país, construyendo componendas con todos aquellos que alguna cuenta tenían que cobrar a los partidos tradicionales, enseñaron al tabasqueño que la forma de no tener que rendir cuentas por beneficiar a sus secuaces, es ganar la siguiente elección, cueste lo que cueste.

Sean 500 o 50, si no existe un poder que equilibre los abusos del poder, las leyes se tornan en instrumento de sometimiento y dejan de ser medio para alcanzar el bien común. Hoy, como ayer, esa ciega y torpe maquinaria que es la mayoría parlamentaria es un obstáculo para que nuestro país progrese. Están tan decididos a conservar la capacidad de dar y repartir que no importa la barbaridad que se les ponga a consideración, votarán en bloque.

Para quienes dedican algún tiempo a lo que se llama el derecho comparado, es fácil concluir que el derecho mexicano hace cuatro décadas era más robusto, sólido y confiable que el de muchos países desarrollados, porque a principios del siglo XX hubo grandes juristas que sentaron sus bases. Lo que siempre nos faltó es un Poder Judicial que hiciera la diferencia, para bien, y no para quedar bien con quien se hace de la vista gorda ante sus excesos.

Esa triste realidad, inmutable desde que Cárdenas llegó al poder, no sería tan grave, si no hubiéramos perdido lo poco apreciable que existía en el poder que Montesquieu definió como la boca de la ley.

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