AMLOmismo
Lejos de pasar a la historia, dejaron un triste recuerdo y son cicatrices regionales que todos prefieren olvidar.
El cacique, a manera de trascender, ha querido nominar a su movimiento. Escogió el término que menos le ajusta, decidió llamarle humanismo mexicano. Es evidente que un gobierno basado en la militarización de la vida civil y la anulación de los Poderes que la Carta fundamental establece para evitar los abusos no puede llamarse así. El pretender llamar humanismo al más rancio despotismo, no tiene futuro más allá del presente sexenio.
Es ya innegable que no aportó nada nuevo y que se trata de una reedición del priismo setentero. Sus reconocidos maestros no son sino destacados representantes de tan nociva forma de administrar el país. Alude a ellos con gran afecto, a pesar de que sus hechos no denotan sino una grotesca y brutal forma de retener el poder al costo que sea.
Lejos de pasar a la historia, dejaron un triste recuerdo y son cicatrices regionales que todos prefieren olvidar, o al menos, mantener en lo más oscuro de la épica nacional.
Cita a los próceres de la historia patria, pero imita a quienes en ella tienen el carácter de tiranos. Su militarismo recuerda y restaña las preferencias de Santa Anna y de Porfirio Díaz; la voracidad por meter mano en las arcas públicas para granjear apoyo electoral recuerda a López Portillo; la arrogancia de considerar que posee la verdad única le asemeja a Salinas de Gortari; su incapacidad administrativa es fácilmente comparable con la de De la Madrid, pero, a quien más recuerda es a Luis Echeverría, particularmente, en lo que hace a un gratuito y obcecado odio por el empresariado del norte del país.
Así, como el más populista de los presidentes, se dice demócrata mientras ha armado el más sigiloso y crudo modelo de espionaje y de supremacismo ideológico. Eso sí, ha cambiado la represión que ahogaba negocios cerrando el acceso a materias primas o al financiamiento, por medidas judicialoides, basadas en la prisión preventiva y en el congelamiento de cuentas.
Ha dilapidado cantidades enormes en Pemex, proyecto fallido que marcará su administración, junto con una tercia de obras tlatoánicas que son la contrapartida de millones de nuevos pobres que han surgido a consecuencia de sus ineficaces políticas públicas.
Si no fuera ya una tragedia, sería cómico el ver cómo, uno a uno, ha incurrido en los vicios, excesos y abusos que criticara a los neoliberales, no le faltó nada.
Con su marcha nos dejó una lapidaria verdad. Se ha quedado sólo, ya no le acompañan las relevantes figuras de la izquierda, ellos le dan la vuelta. Ya no hay grandes nombres de ese lado del espectro político a su lado, marcha con quien sea.
Liderazgos de segundo, tercer o más bajo nivel le escoltan. Vulgares rebatingas de orgullos chiquitos le envuelven. Fotos de ocasión, con personajes que, por ligeros de peso, no convocarían a las desordenadas huestes.
La fácil promesa de puestos; candidaturas por venir, o hasta el lunch del día, fue lo que puso a desfilar a quienes parecen no saber que ya se agota lo que se pensó era inagotable fuente del asistencialismo. Ni con 22 gobernadores, mayorías parlamentarias y líderes sindicales logró un contingente de proporciones históricas, o que, al menos, fuera notoriamente superior a la movilización que antecedió.
El desgaste es ostensible. La pequeñez de sus candidatos a sucesor es evidente. Las encuestas de aprobación parecen más estar sostenidas por el intenso trabajo regional de los cobradores de piso, que por el apoyo popular que tanto presume.
Más de lo mismo, sólo otro nombre más que se amontona con el de los pretenciosos candidatos que dijeron: ahora sí, AMLOmismo será.
