Mis deseos para 2026

Las dictaduras expulsan millones de personas que se ven obligadas a abandonar su tierra natal

En las postrimerías del 2025 es inevitable hacer un recuento de lo bueno y lo malo. En mi caso, sigo luchando por mantenerme optimista. A mis 60 años la vida me ha enseñado que el camino, por escarpado que parezca, nos regala experiencias valiosas que, al final, nos hacen mejores seres humanos.

Entiendo que las nubes negras del pesimismo se han apoderado de una mayoría silenciosa que se sumerge todos los días en su dispositivo inteligente buscando explicaciones a una realidad cada vez injusta y amarga. Los algoritmos aprovechan todos los segundos del día para dominar nuestras emociones y dirigirnos hacia el camino del consumo.

No obstante, soñar no cuesta nada y también se vale desear un futuro mejor que el que nos dibuja la “terca realidad”. Los deseos son un bálsamo para los que han decidido no claudicar y seguir luchando. Los deseos, por imposibles que parezcan, nos regalan esperanzas en un mundo cruel, injusto y violento.

Deseo para 2026 que no perdamos la capacidad de ser solidarios con los que más sufren. Que la empatía no nos abandone en pos del egoísmo y la autocomplacencia. Que sepamos agradecer lo que la vida nos regala y que podamos rebelarnos ante lo que es injusto y miserable.

Que nunca olvidemos que los migrantes de hoy dan una batalla formidable contra quienes los oprimen, tanto en su lugar de origen como en sus lugares de destino. Cada vez que somos inhumanos con un migrante un pedazo de nuestro corazón se pudre.

Las dictaduras expulsan millones de personas que se ven obligadas a abandonar su cuna en búsqueda de un nuevo lugar para seguirle dando la batalla a la vida. Deseo que los ocho millones de migrantes venezolanos arrojados al abismo por Maduro y su banda de delincuentes encuentren una respuesta a sus plegarias y que el año que viene sea el último de una Venezuela sometida y ultrajada por un régimen cruento y criminal.

También deseo que los países que defienden a Maduro recapaciten y abandonen su actitud mezquina y convenenciera, comprendiendo que su defensa de las autarquías los coloca ipso facto en el basurero más pestilente de la historia latinoamericana.

En 2026 me gustaría que lográramos romper las cadenas de la abulia y el desinterés como ciudadanos. Que comprendiéramos que somos los dueños de nuestro destino y que no debemos seguir sometidos a los deseos de unos cuantos. Que entendiéramos que el “valiente vive hasta que el cobarde quiere”. Que nuestro voto es oro cuando lo atamos a nuestra conciencia y lo desvinculamos de dádivas o migajas.

Para el año que pronto nacerá deseo también que le demos un descanso al hígado y recordemos que en nuestra conciencia habita la capacidad de discernir. Que como humanos tenemos la capacidad de decir no a nuestros instintos más animales. Que el odio no debe ser el manubrio de nuestra existencia.

Recuperar una convivencia más equilibrada con nuestro prójimo es la medicina que necesitamos para aliviar la epidemia de polarización destructiva que se ha apoderado de nuestra democracia. Las elecciones no son momentos de venganza. Son sólo la oportunidad de premiar o castigar. Nada más.

BALANCE

Ya sabemos que los augurios para 2026 no son halagüeños. Que seguimos enfrascados en guerras y epidemias. Sin embargo, hemos salido de peores. Las generaciones que nos antecedieron no contaban con las ventajas tecnológicas de las que ahora disponemos.

Lo que nos está destruyendo es otra cosa. Pareciera que lo que más nos daña está en el crecimiento de nuestro “ogro interno”. Cómo civilización hemos apostado demasiado a lo material, olvidando que lo que verdaderamente vale está en nuestros principios y valores. A todos mis lectores, que sus deseos por imposibles que parezcan se hagan realidad el próximo año. ¡Feliz 2026!

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