Paranoia
No deja de ser curioso que los señalados como golpistas poderosos plantean explícitamente que el Presidente termine su periodo por el que fue electo.
Las teorías de la conspiración son herramienta privilegiada del populismo en el poder. Recurren a ellas de manera cotidiana, pues adversarios perversos dispuestos a cualquier cosa para volver a someter al pueblo, que aseguran haber liberado esa parte central de la narrativa con la que pretenden legitimar su acción política. Sirven, pues, a la estrategia de polarización, la cual necesita recordar de manera permanente quiénes son los enemigos y la amenaza que representan.
Pero ese mensaje reiterado, en sí pernicioso, se vuelve aún más grave si la paranoia es genuina, es decir, si el líder efectivamente está convencido de que fuerzas oscuras acosan sin miramientos a su gobierno y cree verlas en todas partes y en cada problema. Ése parece ser el caso de México, donde la desmesura en las reacciones presidenciales denotan un estado de ánimo exaltado, propio de quien se siente arrinconado y bajo asedio.
Si usar la mañanera para dar a conocer supuestos ingresos de un comunicador fue un exceso injustificable, responder al Parlamento Europeo con ofensas y descalificaciones a los eurodiputados que expresaron preocupación por el asesinato de periodistas en el país es un despropósito que echa por tierra la sólida tradición de la diplomacia mexicana. El titular del Ejecutivo no debiera reaccionar con arrebatos, el poder que concentra y el peso de sus palabras requieren prudencia y responsabilidad.
El predominio de la destemplada hybris en la máxima autoridad política preocupa además porque no se avizora ningún atisbo de conciencia de los límites rebasados ni mucho menos se percibe voluntad de rectificación. Al contrario, la insistencia en una supuesta conflagración con fines golpistas da la coartada para seguir por la misma ruta, superándose en cada desplante y desentendiéndose de la ley. Si los adversarios quieren tumbarlo a la mala, todo está permitido para impedirlo. Ésa siempre es la ruta de los gobiernos conspiranoicos.
Alegar golpismo permite victimizarse y eludir la responsabilidad de problemas agravados y no resueltos para transferirla a los señalados como enemigos del pueblo. Mueve los hilos de resentimientos arraigados, buscando que la indignación por la difícil situación que se vive sea dirigida hacia la oposición al régimen. Ese manual de propaganda que estuvo en boga con las tiranías del siglo pasado ha regresado con fuerza en los populismos empoderados de la posguerra fría. Por eso escuchamos mil veces las mismas mentiras.
El presidente Andrés Manuel López Obrador acusa “golpe blando” en las críticas que recibe su gobierno, así como en los reportajes periodísticos que revelan conflictos de interés o francos actos de corrupción. Para él, la prensa que no es abiertamente militante es simuladora, por eso ha dicho que no hay peor periodismo que el que se dice independiente. Lo dice porque considera que es ineludible tomar partido a favor o en contra de su llamada “transformación” y que todo lo que se diga o revele fortalece o debilita su proyecto. “Son tiempos de definiciones”, asegura, y sólo es tolerable la alabanza.
Pero esa posición es también una confesión. ¿Acaso él no fue el opositor que cuestionaba por sistema todo lo que hacían los gobiernos anteriores? Si hay alguna diferencia es que aquéllos estaban abiertos a dialogar, negociar y acordar mientras que con la presente administración sólo existe la opción de someterse o ser estigmatizado como golpista, aun cuando sus posiciones sean más flexibles que las que tuvo Morena antes de llegar al poder. ¿Será que aquél era “golpismo legítimo”?
No deja de ser curioso que los señalados como golpistas poderosos, al grado de operar resoluciones del Parlamento Europeo en torno a los derechos humanos en México, plantean explícitamente que el Presidente termine su periodo por el que fue electo, desairando el ejercicio de revocación en marcha. Pero ésta, como muchas otras, no es una discusión racional. El hombre más poderoso del país está persuadido de ser asediado por infinidad de complots inconfesables. Baste revisar los avatares de otros gobernantes paranoicos para entender el enorme peligro que tales temores entrañan. Más nos vale que en esta ocasión la historia sea diferente.
