Para entender a López Obrador

Se privilegia la polarización y hasta fabrican delitos para encarcelar opositores.

La perplejidad surge al dar por sentado que, a pesar de las diferencias, se quiere más o menos lo mismo. Que puede haber distintos métodos para lograrlo y, según la ideología, se priorizan sectores y se aplican ciertas políticas, pero al final del día y a pesar de la rispidez del debate público, todos buscan progreso económico y una sociedad más justa, libre y segura. Ahí está el error.

No digo que quien hoy gobierna pretenda que le vaya mal al país, sino que considera que lo fundamental es cambiar el régimen político, como él mismo lo reconoce, aunque no sea en el sentido que su propaganda indica. Antes que preocuparse de los resultados de gobierno, pretende garantizar la hegemonía de su grupo, donde él es el líder indiscutible, a través del ejercicio de sus facultades, tanto legales como metaconstitucionales.

Cancelar el aeropuerto en Texcoco fue un tremendo error, pero prefirió dejar establecido quién manda. Más importante que el crecimiento económico es el poder. Y se trata no sólo de concentrarlo, también de debilitar a quienes pudieran resistirle. Por eso optó por quitarle el “negocio” a las farmacéuticas y distribuidoras de medicinas sin tener siquiera garantizado el abasto para suplirlas, dejando a enfermos crónicos desamparados, entre ellos niños con cáncer.

Sólo bajo esa perspectiva se entiende la reforma eléctrica que Andrés Manuel López Obrador envió a la Cámara de Diputados. Favorece energías caras y sucias, espanta la inversión, abre paso a litigios dentro y fuera del país, contribuye al monopolio otorgándole labores de regulación, vigilancia y arbitraje a la CFE, prohíbe la autogeneración y expropia sin indemnizar. Lejos de garantizar el servicio y evitar que suba su precio, como dice la campaña de desinformación oficial, incentivará los apagones y aumentará el costo de generación. Para la industria, teniendo en cuenta las necesidades del país, es un despropósito redondo y monumental.

Pero le otorgaría control político y evitaría que los generadores puedan ser contrapeso y se resistan a la voluntad presidencial. La eficiencia es secundaria cuando se tiene el switch en las manos. Primero el Presidente quiere garantizar la continuidad de su proyecto en el poder y luego ya se preocupará por los saldos y las consecuencias de sus políticas públicas. Para el populismo gobernante, el Estado en su conjunto debe estar al servicio de sus intereses facciosos y no cabe la distinción con el gobierno. No hay neutralidad, división de Poderes, autonomía de órganos y fiscalías, elecciones libres, ni libre competencia. La disputa es por el tipo de democracia que va a regir en el país: la liberal que da garantía a minorías o la populista que carga los dados con el aparato estatal para que el grupo en el poder ahí se mantenga.

De otra manera tampoco se entiende por qué militarizan al país sin enfrentar al crimen organizado. Se privilegia la polarización y hasta fabrican delitos para encarcelar opositores, como lo demostró Ricardo Anaya, pero las fuerzas de seguridad eluden confrontarse con los cárteles. Empoderan política y económicamente a las Fuerzas Armadas con la esperanza de que éstas sirvan de sostén al régimen autoritario mientras fingen demencia ante la participación de poderosas bandas delictivas en los recientes comicios porque ayudaron con sus métodos al nuevo partido oficial.

La aparente irracionalidad de muchas decisiones presidenciales es porque su objetivo primordial no es atender problemas propios de la administración, sino resolver la disputa por el poder a su favor y al de su grupo durante al menos un par de generaciones.

Cuando se cantan hazañas épicas no se repara en los costos. Los sacrificios, las vidas perdidas, los sufrimientos, todo vale la pena frente a la prometedora era que se inaugura, aunque al paso de los años resulte una pesadilla para la mayoría de la población. Por eso la identificación de la 4T con los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Recurren al culto a la personalidad y al nacionalismo trasnochado para no rendir cuentas, justificar su permanencia en el poder y culpar a los disidentes del desastre. Y ése será el destino de México si las urnas no dicen otra cosa en 2024.

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