La historia es caprichosa, no apta para adivinos. Eso no anula el análisis político, al contrario, lo hace más apasionante y menos mecánico, más complejo y menos frívolo, más audaz y menos dogmático, más dinámico y menos predecible. Es una zona de matices y contradicciones, donde nunca faltan imponderables. Por eso es correcto decir que las elecciones de 2024 no están definidas y muchas cosas pueden pasar. Lo interesante es prever escenarios y entender la tendencia de los acontecimientos para aventurarse a adelantar posibilidades.
Cuando las elecciones estatales no son concurrentes, la política nacional influye de manera marginal. Los ciudadanos definen su voto, preponderantemente, frente al gobierno local y los perfiles de los candidatos con mayores posibilidades. Las alternancias se han vuelto la constante en la mayoría de los estados y municipios, señal de la importancia que el voto de castigo ha adquirido. El fenómeno se confirmó en las elecciones del pasado domingo. Cuatro de los seis estados que estuvieron en disputa apuntan hacia el cambio en el gobierno estatal.
Morena sigue acumulando gubernaturas y eso impactará, sin duda, en la elección presidencial, entonces los votantes se definirán frente al gobierno federal, cuyos resultados han sido desastrosos en casi todos los ámbitos. Los gobiernos locales de ese partido también han dejado mucho que desear, demostrando lo mismo que el actual Presidente: siempre se puede estar peor. De tal manera que, en las elecciones concurrentes de ese año, podría venir la resaca de la ola que los impulsó en 2018.
El recurso de responsabilizar de los problemas al pasado está desgastado y será difícil que eludan el castigo de los votantes que, en cierta medida, ya se manifestó en las elecciones intermedias del año pasado en los principales centros urbanos del país, no sólo en la CDMX.
Las cosas no van a mejorar en los últimos dos años de la administración de López Obrador y la preocupante descomposición que padecemos podría, incluso, agudizarse a grados insólitos porque el titular del Ejecutivo suele ir perdiendo el control conforme se acerca la sucesión y este gobierno ha sostenido la gobernabilidad en su persona, debilitando a las instituciones.
La dura situación económica, el desempleo, la inseguridad, la corrupción, el deterioro por la ausencia de gobierno, en virtud de que el austericidio se está recrudeciendo en la obsesión por dirigir todos los recursos a la campaña electoral permanente que se hace desde el poder, necesariamente pasarán factura en 2024. La inmensa mayoría de las personas estará en una situación más precaria de la que estaba cuando inició la presente administración.
Otro factor a considerar son las posibles divisiones en Morena, partido que, a diferencia del PRI del siglo pasado, no tiene vida institucional y su única cohesión es el carisma de un líder que dejará la Presidencia y, por lo mismo, su incidencia para definir el acomodo sin rebeliones le será más complicado. En una organización tan caótica las rupturas son inevitables, lo que está por verse será la magnitud y el alcance de las mismas.
En contraparte, las elecciones de Estado ya ni siquiera se disimulan y el uso proselitista de los programas sociales se hace con descaro. Súmenle la cada vez más notoria participación del crimen organizado en los comicios. La alerta de Porfirio Muñoz Ledo, en el sentido de que el empoderamiento de los cárteles se saldrá de control porque el acuerdo no es heredable, es la denuncia contra un régimen dispuesto a todo, incluso a pactar con el diablo para mantener el poder.
Pero con toda esa maquinaria no pudieron barrer como lo habían anunciado, a pesar de que algunos gobernadores entregaron la plaza desde antes para asegurarse impunidad y quizás una embajada. Hubo resistencia y se demostró que se les puede vencer, rompiendo la narrativa de que las elecciones volvieron a ser un trámite ante la aplanadora oficial.
La moneda del 2024 está en el aire. De qué lado caiga dependerá también de una oposición que necesita ser autocrítica, renovarse y abrirse a los ciudadanos. Sólo así podrá ser la alternativa que derrote a la corcholata destapada por el dedazo presidencial.
