Los tiempos y las formas del Señor
Es audaz e inteligente distraer a la opinión pública con la sucesión; hacernos hablar de la competencia de corcholatas y de los gritos de simulada espontaneidad, pidiendo la reelección. Pero la dura realidad acabará por imponerse.
Cuando eran oposición pugnaron y, junto con otras fuerzas, conquistaron condiciones de equidad que les estorbaron llegando al poder. Quieren sacar ventaja de ser gobierno, abusando de sus cargos e ignorando la legislación que los limita, como si las normas que emparejan el piso hayan cumplido su papel en cuanto ganaron la Presidencia y ahora es correcto que las violen para conservarla. Recurren a la trampa, cargando los dados porque temen perder.
La ley establece que las precampañas inician en la tercera semana de noviembre del año previo a la elección y su duración es de 60 días. El artículo 134 constitucional prohíbe la propaganda personalizada de los funcionarios con el propósito de que no utilicen recursos públicos para promoverse en el electorado. Sin embargo, ya no vemos sólo al Presidente en campaña permanente, también a las corcholatas que se promocionan con frenesí para ser conocidas y ganarse la gracia del dedo destapador.
No hay duda de que el presidente López Obrador es el estratega político-electoral de la coalición oficialista y su objetivo explícito es garantizar la continuidad de su gobierno. De hecho, todo lo subordina a ese propósito. Sabe que la oposición necesita ir unida para ser competitiva frente a las recargadas elecciones de Estado y que eso implica retrasar la definición de su candidatura presidencial a los indispensables acuerdos de la alianza, entre ellos el del método para elegir a quien los encabece. Con el banderazo de salida a sus tapados, la elegida o elegido se adelantará más de un año de campaña a su competidor.
El anhelo presidencial es que la elección esté virtualmente decidida antes de comenzar el proceso y así recuperar la rancia tradición de elegir al sucesor. Si la ley es obstáculo, pasa sobre ella sin miramientos. Por eso, además de operar para que la oposición vaya dividida, quiere que sus cartas se posicionen anticipadamente para que tengan amplia ventaja antes de que surja rival. Que esté prohibido por la Constitución y la legislación electoral no es algo que lo vaya a detener, tal y como se ha constatado en las votaciones de 2021, de este año y de la llamada revocación de mandato.
El Presidente tiene claro que no se va a aprobar la reforma electoral, pero la discusión le sirve para mantener bajo asedio al INE y encarecer las sanciones contra él mismo, Morena y los integrantes de su gobierno por adelantar los tiempos y generar inequidad en la contienda. Cuando las autoridades electorales cumplan con su obligación y apliquen la ley, se van a victimizar como siempre, asegurando que eso les da la razón, que el árbitro sirve al “pasado corrupto” y existe riesgo de fraude. Lo que no imagino es que lleguen a negarle el registro al ungido del Señor (sic), aunque persista en sus delitos y faltas.
El régimen teme a la resaca del desengaño. La grave situación económica no va a mejorar, el desempleo y la inflación causarán mayores estragos, la violencia criminal seguirá fuera de control y viene el declive del fin del sexenio con su arcón de promesas incumplidas, algo que ni la ingente propaganda está en condiciones de evitar. El voto de castigo podría ser de tal magnitud que anule la coacción a los beneficiarios de los programas sociales, así como la operación territorial de gobernadores e, incluso, si se repite, de organizaciones criminales.
Es audaz e inteligente distraer a la opinión pública con la sucesión presidencial; hacernos hablar de la competencia de corcholatas y de los gritos de simulada espontaneidad, pidiendo la reelección. Pero la dura realidad acabará por imponerse y frente al cambio de gobierno el balance es inevitable. Por eso, el miedo a la derrota de quienes han apostado todo para mantenerse en el poder y no tener que rendir cuentas está más que justificado.
La incógnita es la oposición. No sólo si podrá mantenerse unida, ampliar la alianza, abrirse a la sociedad y presentar una candidatura con legitimidad democrática. El desafío es que tenga propuesta, credibilidad y apertura para entusiasmar incluso a los decepcionados del obradorismo. Para eso debe salirse de la trampa y acreditar que no pretende regresar a la situación pre-2018. Se está tardando.
