Los desastres de Acapulco
Llovió sobre mojado… ¡y de qué manera! El huracán Otis se desarrolló velozmente para pegar con fuerza inusitada en donde es notorio el desgobierno. Por eso, la incapacidad para actuar con la premura que el fenómeno meteorológico exigía es trágica e indigna, pero ...
Llovió sobre mojado… ¡y de qué manera! El huracán Otis se desarrolló velozmente para pegar con fuerza inusitada en donde es notorio el desgobierno. Por eso, la incapacidad para actuar con la premura que el fenómeno meteorológico exigía es trágica e indigna, pero no sorprende. Los tres órdenes de gobierno quedaron rebasados porque, de por sí, ya lo estaban.
En Guerrero, la descomposición política, económica y social por la violencia criminal y la falta de Estado de derecho está a la vista de todos y era difícil esperar que las autoridades hicieran algo distinto a lo que nos tienen acostumbrados: dejar pasar y, cuando las circunstancias obligan a responder, improvisar. Acapulco no es la excepción, si durante días ha sido una ciudad sin ley es consecuencia de lo mismo.
La población no se enteró del peligro que se avecinaba hasta que lo tuvieron literalmente encima. Es verdad que el huracán y su fuerza se conformaron de manera vertiginosa, episodio atípico causado por el cambio climático; pero se desperdiciaron horas preciosas. A las 14 horas del martes 24 de octubre, el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos informó y alertó al gobierno mexicano que Otis era un huracán con intensificación rápida. El tuit presidencial, cuyas repercusiones fueron imperceptibles, se envió seis horas después y las actividades en el puerto se desarrollaron de manera cotidiana, al grado que miembros del gabinete estatal participaron en nocturna inauguración de la convención minera en la zona hotelera.
Si la prevención fue inexistente y la alerta extemporánea e ignorada, la respuesta a la catástrofe fue el pasmo. Las Fuerzas Armadas que tienen gran experiencia para enfrentar desastres naturales tardaron mucho en hacer presencia, lo mismo que la Guardia Nacional, y las policías locales no se aparecieron, dejando las propiedades de particulares desprotegidas. Por distintas razones –necesidad, desesperación, oportunidad y ambición– cundió la rapiña, que comenzó en los grandes centros comerciales y se extendió a tiendas, cajeros, automovilistas y casas. Además de buscar víveres para sobrevivir, los habitantes de Acapulco tuvieron que organizarse y formar autodefensas para protegerse del pillaje.
Nada expresa mejor la reacción gubernamental que el periplo del Presidente por carretera, a sabiendas que estaba bloqueada por deslaves, y que le tomó todo el día cuando en helicóptero hubiera llegado en una hora. Mientras la angustia crecía por la falta de información y se constataba a cuentagotas la tragedia, la atención giró hacia el accidentado recorrido que dio para fotos y memes, pero resultó irrelevante para miles de damnificados que vivían el desgarrador drama de haberlo perdido todo, pues, además, la supuesta estancia en el puerto del mandatario, tras la fársica travesía, fue efímera e inocua.
La propaganda contribuye a mantener popularidad, pero no le salva la vida a nadie ni resuelve un solo problema de la crisis humanitaria que tenemos enfrente. Si se visualiza la magnitud del desastre, la conclusión es que nos necesitamos todos para rescatar a Acapulco y sus habitantes. Cinco días después de que el huracán tocara tierra, el general secretario, Cresencio Sandoval, informó que se habían entregado 18 mil despensas. Pero en Acapulco viven 700 mil personas y con las comunidades aledañas se llega al millón de habitantes. Y el tema del agua potable es aun más grave.
Por eso es de aplaudirse que el gobierno federal rectificara en la pretensión de controlar toda la ayuda a través del Ejército y la Marina. Que lo hayan hecho culpando a otros de desinformar y sin reconocer el craso error de los primeros días, al excluir a la sociedad civil y conculcar el libre tránsito hacia Acapulco, es lo de menos.
No es para cantar victoria, lo virtuoso sería la coordinación entre esfuerzos institucionales y ciudadanos. La manía presidencial de polarizar y privilegiar el censo con los servidores de la nación para conformar clientelas exhibe cálculos electorales; permitir el paso no es lo mismo que colaborar. Pero, tal y como ocurrió en los sismos de 1985 y 2017, los ciudadanos harán la diferencia en Acapulco, poniendo las vidas por delante de los votos.
