La trampa

Netanyahu deberá responder por los errores en inteligencia que permitieron el ataque

No podría ser mayor y más atroz la provocación. Hamás atacó con saña a la población civil, sabiendo que la respuesta sería implacable. Israel suele contestar cualquier agresión, aprovechando su superioridad militar, con la idea de que la represalia sea lo suficientemente fuerte para, además de castigar, disuadir a los atacantes y a otros de cometer actos similares; pero en esta ocasión, el daño recibido fue insólito por su dimensión y naturaleza, de tal manera que existe el temor fundado sobre el nivel al que pueda escalar la violencia y extenderse el conflicto, máxime después de lo que estamos viendo.

Los terroristas infiltrados actuaron con calculado salvajismo. No sólo asesinaron a sangre fría a cientos de personas indefensas, incluyendo niños y bebés, irrumpieron en un concierto por la paz masacrando a 260 jóvenes y secuestraron a más de un centenar de personas de todas las edades y distintas nacionalidades, sino que llegaron a extremos inenarrables de crueldad, presumieron sus crímenes en redes sociales, exhibieron como trofeos a algunas víctimas y amenazaron con matar rehenes en transmisiones en vivo. No sólo esperan que Israel ataque Gaza como nunca antes, ése es su objetivo.

La trampa es evidente, el problema es cómo salir de ella. La población y opinión pública israelí están muy agraviadas y el gobierno se siente obligado a mostrar fuerza y cumplir la advertencia de que nadie los puede agredir impunemente. Pero a Hamás no se le puede atacar en Gaza sin poner en riesgo a civiles porque se esconden entre ellos y la lluvia de misiles, por más sofisticados y bien dirigidos que sean, generan fuertes daños en zonas densamente pobladas. Las escenas de víctimas palestinas, entre ellas niños, mujeres y ancianos, han sido profusamente difundidas, lo cual también estaba en los planes de los terroristas. La propaganda es prioritaria en el conflicto y, en ese terreno, no existe la desigualdad que hay en el plano militar.

Es abominable que Hamás exponga de esa manera al pueblo que dice representar y defender, pero le funciona. Así consigue mártires, el mundo observa el dolor desgarrador por los inocentes caídos y se hace patente la asimetría de fuerzas; todo lo cual genera genuina indignación y, también, agita resabios antisemitas. Por ello crecen las manifestaciones contra el asedio a Gaza, así como las voces que con razón demandan a Israel respetar el derecho internacional, salvaguardar la vida de civiles y no provocar una crisis humanitaria. Y la presión aumentará cuando se dé la inminente ofensiva terrestre.

Bloquear accesos y servicios para dejar sin agua, sin luz, sin internet y sin alimentos a los habitantes de Gaza pretende que la población presione a Hamás para liberar a los rehenes; pero eso ha sido duramente cuestionado por la comunidad internacional e Israel se ha visto obligado a abrir parcial y esporádicamente la entrada de víveres. Es correcto lo que hace António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, al demandar tanto la liberación de los rehenes, algunos de ellos bebés, como el fin del bloqueo. Por desgracia, son llamados a misa.

Si la solución pasa por dos Estados libres y soberanos con fronteras seguras, sigue pendiente el palestino y ahora esa posibilidad será más remota. Las acciones de guerra y la violencia desmedida fortalecen las posiciones extremas y recalcitrantes en ambos lados y envenenan las relaciones con el mundo árabe. Recordemos que Hamás se plantea la destrucción de Israel y sabotear los acercamientos de éste con Arabia Saudita y la autoridad palestina (Al-Fatah), auspiciados por Estados Unidos; ya fue un logro para ellos.

El populista Benjamin Netanyahu, quien socavó los Acuerdos de Oslo, tendrá que rendir cuentas por los errores en inteligencia y defensa que permitieron el ataque del 7 de octubre. Si se confirma que Egipto lo alertó, peor aún. Hizo coalición con grupos mesiánicos de ultraderecha, dividió a la sociedad, pretende someter a la Suprema Corte, promovió asentamientos ilegales, cobijó las provocaciones de sus aliados extremistas y debilitó instituciones. Pero lo más grave es que su indolencia metió a Israel a la trampa de los terroristas y las consecuencias serán funestas.

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