La terna

Si el Senado rechaza la terna, el Ejecutivo debe mandar otra.

Ya salió el peine. Bueno, en realidad, se constató lo que se colegía. La verdadera “causa grave” que llevó a Arturo Zaldívar a renunciar no es que de repente le dio la gana sumarse a la campaña de la candidata oficial y negársela afectaría fatalmente el libre desarrollo de su personalidad, como él alegó y asumió la mayoría gregaria en el Senado, sino que el Presidente quiere que una correligionaria incondicional lo sustituya por quince años.

Defraudar la Constitución, evitando con dolo los amplios consensos requeridos para garantizar la idoneidad de los nombramientos en instituciones fundamentales de la República, sirvió para que un familiar de la aristocracia obradorista quedara al frente del INE y descafeinar su Consejo General. Se apoderaron del Comité Evaluador con una mayoría groseramente facciosa que sesgó las quintetas de aspirantes y, ante la explícita intención de no negociar, hicieron imposible los dos tercios que se necesitaban para su aprobación en el pleno y así fueron al sorteo de consejeros con cartas marcadas. Colonizar la Corte con ese mismo espíritu perverso resulta más sencillo.

Si el Senado rechaza la terna, es decir, si ninguna de las personas propuestas obtiene la mayoría calificada requerida, el Ejecutivo debe mandar otra. En caso de que también sea rechazada, el Presidente designa al ministro o ministra. Eso nunca ha ocurrido, pero todo indica que hacia allá vamos. Lo primordial no parecen ser los méritos profesionales y/o académicos, hay muchas abogadas y juristas que sobresalen en ambos campos que no fueron contempladas, sino la cercanía política e ideológica.

En esta administración se ha elegido a cuatro integrantes de la SCJN. Dos de ellos han sido acusados de “traidores” desde Palacio Nacional por votar en un sentido distinto a la voluntad presidencial, sin importar la consistencia de sus argumentos e ignorando que su deber es hacer que prevalezca la Constitución al margen de los intereses y deseos de quien los propuso, pero éste piensa que le deben el cargo y, por lo mismo, tendrían que obedecerlo a pie juntillas, tal y como sucede con las otras dos ministras que siempre lo complacen.

Lo anterior explica por qué ahora el Presidente no quiere correr ningún riesgo de que el elegido se crea independiente nomás porque la carta magna le da esa condición y envió una terna descaradamente partidista. No es sólo que las tres trabajen en la actual administración ni tampoco que dos de ellas sean hermanas de altos funcionarios muy próximos al mandatario, se asumen parte de la “transformación” que sólo puede observarse desde los anteojos ideológicos del régimen.

Es una terna pensada para que sea bateada y, como ya hay precedente, en la segunda sólo debe cambiar a una persona de las tres para que se considere distinta. La intención presidencial es hacer ministra a la pendenciera consejera jurídica María Estela Ríos González, de la única manera que podría serlo: por designación, tras dos rechazos. No sólo sería la imposición de una subordinada confrontada con Norma Piña en la SCJN, también mostrar el caminito para tomar el control del Poder Judicial sin tener siquiera mayoría simple en el Senado. La conclusión es obvia: la continuidad con Claudia Sheinbaum significaría el fin de la división de Poderes y, por tanto, de la democracia mexicana.

En este sexenio iban a cambiar sólo tres ministros, dado el escalonamiento pensado precisamente para evitar el control de la Corte desde el Ejecutivo. Pero serán finalmente cinco, casi la mitad de los once que la integran. Las únicas dos renuncias, desde la histórica reforma de 1994, han sido en este gobierno y no por casualidad. Eduardo Medina Mora fue perseguido judicialmente y congelaron cuentas bancarias de él y su familia para hacerlo dimitir.

Finalmente, Medina Mora resultó absuelto. Sin embargo, al entonces presidente de la SCJN no le pareció adecuado defenderlo de tan grotesco atentado a la independencia judicial y hasta asegura desconocer la represiva “causa grave” que lo orilló a dejar la Corte, lo cual huele a complicidad. Me refiero a Arturo Zaldívar, el otro que renunció, pero éste para sumarse a la “transformación” y dejarle su lugar al obradorato. Nada que agregar.

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