La sacrosanta austeridad
No deja de ser curioso que la austeridad en el sector público haya sido introducida por el neoliberalismo. Uno de los puntos propuestos por Reagan y Thatcher.
Ahorrar es el nuevo credo al que veneran como fin en sí mismo, virtud espiritual y necesidad práctica. No se trata sólo de gastar menos, también de ser sencillos, renunciar al privilegio y alejarse de tentaciones materiales. Es política pública y doctrina moral que sirve tanto para abaratar costos como para combatir la corrupción y alcanzar la felicidad.
El gobierno debe representar tales valores, así como sus funcionarios, miembros del partido oficial y simpatizantes. Es una propuesta de ética pública que aspira ser adoptada por la sociedad en todos los ámbitos, el cambio de mentalidad que, según presume el Presidente, se está llevando a cabo.
No deja de ser curioso que la austeridad en el sector público haya sido introducida por el neoliberalismo. Uno de los puntos nodales impulsados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la década de los 80 fue reducir drásticamente el tamaño del Estado para cobrar menos impuestos.
En México se llevó a cabo dicho proceso recortando dependencias, despidiendo personal y privatizando empresas paraestatales. El personaje clave de esa historia es Carlos Salinas, primero como secretario de Programación y Presupuesto de Miguel de la Madrid y luego como presidente. Llama la atención que Andrés Manuel López Obrador lo rebase por la derecha.
Cabe aclarar que en realidad no hay tal ahorro, lo que sucede es una reorientación del gasto hacia las prioridades presidenciales, pero hay áreas gubernamentales atrofiadas por falta de recursos y no pocas instituciones, algunas autónomas, han tenido que hacer severos ajustes para subsistir a costa de reducir la calidad y el alcance del trabajo que realizan. Incluso muchas perdieron el dinero que tenían para financiar proyectos con la desaparición de fideicomisos.
El gobierno que se dice de izquierda no ha dejado de despedir trabajadores y ahora plantea que organismos descentralizados sean absorbidos por diversas secretarías del gabinete. No hay diagnóstico, no hay plan, no hay amortiguamiento de daños, se trata de dirigir más dinero a programas clientelares y obras insignia de la presente administración, sin visualizar las consecuencias por tomarlo de donde se pueda.
El mero voluntarismo es mal consejero, pues suele resultar peor el remedio que la enfermedad. Se pagó por un aeropuerto que no se concluyó y también para construir otro en peores condiciones. Sus costos siguen aumentando, lo mismo que el de la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, cuyo trazo acaba de cambiar para que lo puedan terminar antes de que acabe el sexenio sin importar todos los gastos ya realizados y la pérdida de 20 mil árboles para cumplir con el trayecto original.
Las austeras intenciones también llevaron a cambiar la forma de adquirir y distribuir medicinas, teniendo como resultado el mayor desabasto en lo que va del siglo y compras a precios más elevados. Bien se sabe que el infierno está empedrado de buenas intenciones, pero éstas no eximen de responsabilidad por todas las personas que vieron deteriorada su salud o perdieron la vida por falta de quimios u otros fármacos.
El discurso de austeridad no alcanza para tapar la ineptitud, el derroche y la corrupción que persisten; lo que sí ha hecho es deteriorar el servicio público a grados insospechados. Y llevado al plano doctrinario sólo ha servido para exhibir la doble moral e hipocresía del grupo en el poder.
Andrés Manuel López Obrador gusta de predicar contra el gusto por los bienes materiales, al grado de llamar a conformarse con tener un par de zapatos, y alega que ese desprendimiento sirve para “el bienestar del alma”. Y no solo eso, reprocha el aspiracionismo de la clase media, a la que anatemiza por su “afición al dinero” y estudios universitarios. Pero sus sermones contra el lujo y la ostentación se desbarrancan con las dos docenas de casas de Manuel Bartlett y su pareja o las de Irma Eréndira Sandoval y John Ackerman.
En resumen, la austeridad del presente gobierno ha resultado pésima política pública y tartufería moral. El simulacro se desbarata.
