La manzana envenenada

No es la electricidad ni la economía familiar, es la lucha por mantenerse en el poder. Las grandes decisiones del actual gobierno responden a la intención de prevalecer, sea fortaleciendo el control político, sea debilitando a la oposición… o ambas cosas.Tener un ...

No es la electricidad ni la economía familiar, es la lucha por mantenerse en el poder. Las grandes decisiones del actual gobierno responden a la intención de prevalecer, sea fortaleciendo el control político, sea debilitando a la oposición… o ambas cosas.

Tener un buen gobierno y dar resultados no está en la ecuación, eso se suple con propaganda, lo fundamental es concentrar facultades, tanto legales como metaconstitucionales, y reducir la capacidad de respuesta de adversarios conocidos o potenciales.

Si el nivel del debate público se ha degradado tanto es porque así conviene al populismo empoderado. Que no sean las razones ni tampoco la evidencia lo que defina la discusión sobre el diagnóstico de los problemas, cómo abordarlos y qué soluciones se requieren, sino el trasfondo moral de la cuestión según el criterio presidencial, de tal manera que sostener una posición distinta se explique por propósitos inconfesables y contrarios al interés popular, algo que no necesita demostrar el líder, pues le basta con atizar prejuicios con base en ideología y recurrir a sus otros datos, aunque sean notoriamente falsos.

Eso explica que den a la clase media ilustrada por perdida y reciba el trato de enemiga, lo mismo que las organizaciones de la sociedad civil, a las que pretenden asfixiar mediante terrorismo fiscal contra donantes y donatarias; su expertise a menudo contraría los deseos facciosos del poderoso de Palacio, exhibiendo sus mentiras y falacias.

El mensaje oficialista va dirigido a lo que se conoce como “círculo verde”, mucho más amplio que el informado, “círculo rojo”, pero también y entrelíneas a las fuerzas políticas: están con nosotros y reciben beneficios o contra nosotros y se atienen a las consecuencias.

La iniciativa de contrarreforma eléctrica del presidente Andrés Manuel López Obrador es un aberrante sinsentido, porque retrasa la transición energética al apostar por energía sucia y cara por sobre la limpia y barata; ahoga la competencia, al quitarle la rectoría del sector al Estado para dársela a la CFE, que se tragaría a los actuales órganos reguladores para que, siendo jugador, establezca reglas y tarifas y resuelva controversias en permanente conflicto de interés, lo cual ahuyentaría a inversionistas, que requieren de certidumbre para competir. Sumen la cantidad de litigios que provocarían por cancelar contratos y cambiar condiciones establecidas con retroactividad en perjuicio de empresas que ya han invertido sumas importantes.

Sostener que de aprobarse se evitarían apagones y se garantizaría que no aumentarán los precios al consumidor es insultar la inteligencia, porque la generación de electricidad sería más onerosa y se encarecerían los recursos necesarios para ampliar la red y poder responder a la creciente demanda. Pero, como dijimos, el debate impulsado desde el gobierno no es racional y los reales objetivos no tienen que ver con mejorar el servicio ni con abaratar costos.

Lo que lograría la contrarreforma sería aumentar el poder político del dueño exclusivo del switch, en particular de la CFE y de su director, Manuel Bartlett. Sin embargo, se ve remota la posibilidad de su aprobación precisamente por absurda y contraproducente. Pero, de cualquier manera, López Obrador le sacaría jugo al rechazo del Congreso en lo que más le interesa: su eterna campaña para promover el culto a su personalidad y diezmar a la oposición.

Atizar la división en el PRI entre los que quieren hacerle el favor al Presidente por conveniencia personal o por miedo a la judicialización de sus expedientes ya sería ganancia, lo mismo que alentar la fractura de la coalición opositora; pero no sólo ganaría al acentuar las contradicciones de sus adversarios, también porque daría pie a su eterna propaganda electoral.

De rechazarse su iniciativa, el mandatario lo usará para culpar del mal servicio y los altos recibos a la oposición, aunque las cosas habrían empeorado de aprobarse. Él hubiera sido Lázaro Cárdenas, diría, pero sus adversarios no lo dejaron. Con la oposición dividida, una causa nacionalista para promoverse y un agravio para victimizarse, tendría la plataforma lista para el siguiente show: refrendar su mandato.

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