La ley y la autoridad moral

No es que no lo supiéramos o no se hubiera señalado con frecuencia, es que estamos ante la confesión inequívoca y descarnada del Presidente confirmándolo: “por encima de esa ley está la autoridad moral y política”. Es verdad que no es la primera vez que le ...

No es que no lo supiéramos o no se hubiera señalado con frecuencia, es que estamos ante la confesión inequívoca y descarnada del Presidente confirmándolo: “por encima de esa ley está la autoridad moral y política”. Es verdad que no es la primera vez que le escuchamos desprecio por la legalidad, pero jamás había dejado tan claro que las normas no lo obligan a él porque considera que en la cumbre de las jerarquías se encuentra su voluntad.

La sentencia no fue lanzada al aire, el mandatario la fraseó después de reconocer que estaba violando la Ley General de Protección de Datos Personales. Afirmó de manera contundente que no se había equivocado al dar a conocer el teléfono personal de la periodista del New York Times y que lo volvería a hacer si considera que “está de por medio la dignidad del Presidente de México”. Él decide cuándo cumplir las leyes y cuándo está justificado ignorarlas.

En algún momento de la mañanera, el titular del Ejecutivo aludió a la libertad como razón para no detenerse ante las prohibiciones legales, lo cual reiteró dos días después al reprochar que una red social haya bajado su controvertida conferencia por violar sus políticas contra el acoso. Pero las leyes sirven precisamente para establecer límites a la actuación de los integrantes de la sociedad y, de manera más rigurosa, a los servidores públicos, pues su cumplimiento es salvaguarda contra abusos de poder. Recordemos que los ciudadanos podemos hacer todo lo que no tenemos prohibido, mientras que las autoridades sólo pueden hacer aquello para lo que están explícitamente facultadas. Sobra decir que, cuando eso no sucede y el gobernante cree tener la “libertad” de hacer lo que le plazca, se entra al terreno del despotismo y la tiranía.

Pocas cosas tan perniciosas como la jactancia de impunidad desde el poder. Si quien debe ser garante del cumplimiento de la ley se permite incumplirla, hace gala de ello y permanece impune, se convierte en factor de debilitamiento institucional y descomposición social, pues el mensaje es que se vale ignorar las reglas. Así no se construye Estado de derecho, se camina en sentido contrario. El ejemplo es importante para la gobernabilidad, da ascendencia frente a los gobernados. Por eso es absurdo que se apele a la autoridad moral como licencia para violar la ley, siendo que, por definición, eso es inmoral.

Sócrates dijo que era mejor sufrir una injusticia que cometerla cuando, por cumplir con la ley, tomó la venenosa cicuta en lugar de escapar de prisión. Si eso vale para el ciudadano, más aún para quienes gobiernan; la responsabilidad de éstos es mayor y su actuar ilegal tiene consecuencias más graves. De hecho, significa una traición a la sociedad que les encargó hacer valer la ley que ignoraron y, por lo mismo, se vuelven indignos de su confianza. Pero, por extraño que parezca, el violador serial de la Constitución asegura ser moralmente superior para explicar por qué él no somete a las leyes ni a las instituciones. Es el mundo al revés, se otorga la facultad metalegal de la arbitrariedad en nombre de la virtud, aunque resulte evidente que quien viola la ley carece de autoridad moral para pedirle a los demás que la cumplan.

La democracia en México no sólo está amenazada por las reformas regresivas que harían de la división de Poderes una simulación, acabarían con los contrapesos y traerían de vuelta el control gubernamental de las elecciones. También por el retorno del hiperpresidencialismo, que no admite que los deseos del Presidente puedan ser contenidos por leyes, convenios, tratados e instituciones. El cargo y el liderazgo del “movimiento de transformación” conforman la autoridad política que López Obrador blande como sustento del privilegiado lugar que se asigna, situado encima de la ley.

No fue la única confesión escandalosa que hizo. Un par de días antes afirmó que Arturo Zaldívar le servía de cabildero con jueces y magistrados cuando era presidente de la SCJN, en clara violación a la independencia judicial. El autoritarismo crece pisoteando derechos y los ciudadanos están conscientes de ello, por eso abarrotaron plazas y calles. Lo que sigue es llenar urnas con votos libres.

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