La guerra y la paz

La propaganda es parte fundamental de la guerra. Busca culpar al enemigo de las hostilidades y de la tragedia humana que indefectiblemente trae consigo, de tal suerte que no es raro ver que se responsabilice a las víctimas de su desgracia. El ruido ya es ganancia para el ...

La propaganda es parte fundamental de la guerra. Busca culpar al enemigo de las hostilidades y de la tragedia humana que indefectiblemente trae consigo, de tal suerte que no es raro ver que se responsabilice a las víctimas de su desgracia. El ruido ya es ganancia para el lobo que pretende vestirse de oveja. Pero en el caso del conflicto en Europa del Este no hay espacio para la duda: Rusia atacó e invadió a Ucrania de manera unilateral y sin haber sufrido agresión previa.

No hay justificación para que una potencia haga a un lado el Derecho Internacional y desprecie los mecanismos multilaterales para resolver pacíficamente los conflictos. No la hubo con Estados Unidos en la invasión a Irak en 2003 y no la hay ahora, casi dos décadas después. Por eso, lo primero es condenar al invasor.

Eso no obsta para entender la complejidad del problema y fijarse en sus matices, la historia nunca es el campo de batalla entre ángeles y demonios. Pero lo que hoy está en juego es el derecho y la diplomacia como los mecanismos legítimos e indispensables para evitar guerras, y más nos vale reivindicarlos, si es que nos oponemos a un mundo en el que indefectiblemente prevalezca la voluntad del más fuerte.

El siglo XX sacrificó decenas de millones de vidas en el altar de líderes demagogos y supremacistas, aunque está visto que las generaciones, al igual que las personas, no experimentan en cabeza ajena y se vuelven a tropezar con la misma piedra. El populismo exalta los nacionalismos aunque éstos generan monstruos inclementes, tal y como se ha constatado una y otra vez. El odio no es propicio para soluciones negociadas.

Se acabó la Guerra Fría hace más de 30 años, pero se mantienen resabios de ese viejo orden mundial. Cinco países pueden vetar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual nos habla de la necesidad de reformar el organismo para quitar ese aberrante privilegio. Sin embargo, al margen de ello, no debemos ser ingenuos, las armas nucleares que poseen son un poder fáctico para actuar con impunidad. Por eso es importante que eleven el costo político, comercial y financiero a Rusia por su ataque al margen del derecho.

Es cierto que otro resabio es la existencia de la OTAN, pero la invasión a Ucrania resultó el mejor argumento para mantenerla. Una potencia nuclear que agrede arbitrariamente a otra nación es una amenaza patente. Y es por demás desafortunado que Vladimir Putin use de pretexto la protección de poblaciones filorrusas en Donbás, a las que ya reconoció independencia, cuando Hitler utilizó ese mismo “argumento” para justificar el expansionismo alemán que provocó la Segunda Guerra Mundial.

No sólo eso, Putin acusa al gobierno ucraniano de “neonazi”, aunque su presidente Volodímir Zelensky es judío. Por cierto, el mandatario ucraniano es rusoparlante y su posición más moderada que la de su antecesor, Petró Poroshenko, a quien derrotó electoralmente sin ser político de carrera; se dedicaba a la comedia televisiva y triunfó por el hartazgo social a la corrupción. Como suele suceder con los outsiders, su gobierno se movía en la contradicción, ineficiencia y ocurrencia, pero ante la emergencia, se creció al encabezar la resistencia a la invasión y hablarle a sus conciudadanos y al mundo con claridad y valentía, consolidando su liderazgo al grado de convertirse en emblema internacional y ganarle la guerra de la comunicación al gigante cibernético de la propaganda.

Vemos las consecuencias de una crisis no resuelta. En 2014, movilizaciones masivas derribaron al cleptócrata gobierno pro ruso de Víktor Yanukóvich. Rusia respondió invadiendo Crimea y promoviendo movimientos separatistas en Lungansk y Donetsk, lo cual generó eventos propios de una guerra civil en la región. Las pugnas nacionalistas son caldo de cultivo para la ultraderecha en ambos lados, pero Zelensky, con poco margen de maniobra, ha resistido a las posiciones extremas.

En realidad Putin cree que Ucrania pertenece históricamente a Rusia y que nunca le debieron conceder la independencia al disolver la URSS en 1991. Su megalomanía populista lo lleva desear el retorno del viejo imperio, pero encontró una resistencia que no esperaba. Goliat negociará con David.

Temas: