La contramarcha de Estado
Las consignas no fueron contrael gobierno ni contra quien lo preside.Fueron en favor del árbitro imparcialque hace posible ejercer el derechoa elegir a nuestros gobernantes
La calle lo descoloca… cuando alguien más la toma. El líder opositor que recurría a las manifestaciones para visibilizar sus exigencias y presionar al poder, en el gobierno se muestra errático e intolerante, no atina cómo enfrentarlas. Así fue en 2004, cuando siendo jefe de Gobierno llamó pirrurris a los participantes de la impresionante Marcha Blanca que demandaban seguridad en el Distrito Federal, y en 2020 cuando, ya como Presidente, descalificó a las decenas de miles de mujeres de la Marcha Púrpura, señalando que sus causas eran “neoliberales”. Pero tales exabruptos se quedan cortos con la reacción que ha tenido frente a la Marcha Rosa que desbordó Reforma y se replicó en 63 ciudades para defender la democracia y al Instituto Nacional Electoral.
No sólo fue más prolífico en los insultos dirigidos a los manifestantes, decidió convocar a su propia movilización como respuesta. Con ello acusó el golpe, convirtiendo la multitudinaria defensa de la institución electoral en un evento en contra suya e imponiéndose competir contra la participación espontánea de los ciudadanos, haciendo uso de las estructuras y los recursos de los gobiernos de su partido. La reacción visceral es evidente, pero detrás hay un cálculo electoral, como en todo lo que dice y hace, así sea errado.
Es de sobra conocido que la estrategia populista es polarizar, lo cual ha acreditado rentabilidad en las urnas. Sin embargo, no parece adecuado hacerlo en torno al INE, pues éste goza de prestigio social y un respaldo mayor que el del propio mandatario. Confrontar a quienes marcharon y desacreditar sus causas confirma e incrementa el agravio que los llevó a las calles, mantiene vigente su protesta e incluso la eleva al recurrir a los instrumentos del Estado para poder afirmar que él mueve más personas, como si una manifestación de la sociedad fuera equiparable a un desfile oficialista.
Entre más esfuerzos hagan por denostar la irrupción ciudadana del 13 de noviembre y más gente lleven a la contramarcha, más importancia y trascendencia le reconocen en los hechos. Es el adversario que eligió el Presidente, no al revés, y estamos presenciando atónitos lo que está dispuesto a hacer para sacarse la espina que él mismo se enterró. Las consignas no fueron contra el gobierno ni contra quien lo preside. Fueron en favor del árbitro imparcial que hace posible ejercer el derecho a elegir a nuestros gobernantes.
Las alternancias que se han vuelto casi la regla son prueba de que el INE funciona y explican la inquina que éste recibe de quienes creen que la democracia cumplió su cometido cuando ellos se hicieron del poder que ya no están dispuestos a soltar. Pero eso no da luz sobre los motivos para confrontarse hasta la injuria con los ciudadanos que temen por la suerte de la democracia ante el resurgimiento del presidencialismo autoritario que ha puesto en la mira la autonomía de las autoridades electorales. Con ello contribuyen a extender y solidificar el voto de castigo que se avecina para la elección presidencial, del cual ya tuvieron una probadita el año pasado en los principales centros urbanos del país.
Si López Obrador renuncia al respaldo de buena parte de la clase media que lo apoyó en 2018 no es sólo porque la considere prescindible y subestime su influencia. Es porque piensa que la sucesión también se va a dirimir en las calles y necesita que el poderoso adversario al acecho, que menciona permanentemente para asumir el papel de David contra Goliat –aunque nadie haya concentrado tanto poder desde Carlos Salinas–, deje de ser una entelequia con los rostros de sus fobias y se vislumbre como peligro inminente para la “transformación”, de tal suerte que sus bases entren en tensión y se movilicen. Ya llegó el lobo.
Escalar la división y el encono junto con el culto a la personalidad del gobernante es mal presagio para la democracia y la contramarcha de Estado va en esa dirección. El titular del Ejecutivo afirma que si quien lo sucede no controla al Congreso y al Poder Judicial, sería “florero”, y pide “una avalancha de votos” a favor del oficialismo para continuar con su proyecto. Los ciudadanos no se equivocaron al marchar, pero tendrán que hacer más.
