INE: la última trinchera

La tendencia creciente en México es la alternancia a todos los niveles. Eso ayudó al triunfo del actual mandatario y al ascenso vertiginoso de su partido en todo el país.

Hay batallas ineludibles cuyo resultado será determinante y nadie duda que se avecina una. De hecho, será la más importante y trascendente en muchos años, pues podría marcar el punto de no retorno de la restauración autoritaria en curso. Lo que está en riesgo es, ni más ni menos, lo que tantos años tardó en conquistarse: un sistema electoral confiable, autónomo y profesional.

No fue resultado de concesiones graciosas. Es el legado de generaciones que enfrentaron el autoritarismo del partido casi único en el siglo pasado, padeciendo en ocasiones represión, encarcelamiento, desapariciones, torturas e incluso asesinatos. Hubo talento y responsabilidad, tanto de la oposición como del gobierno, para avanzar mediante el diálogo en una transición pacífica que tuvo fallas, contradicciones y resistencias, pero que logró construir un régimen pluripartidista en el que la distribución del poder se decide en las urnas, con los votos contados por los ciudadanos.

A diferencia de las reformas anteriores, que respondieron a reclamos y demandas de fuerzas opositoras y voces disidentes para garantizar mejores condiciones de certeza y equidad, ahora los cambios se plantean desde el poder y tienen un carácter claramente regresivo. El abaratar los costos de la democracia es pretexto pueril, el objetivo inocultable es que el Ejecutivo se apodere de la organización de las elecciones mediante un instituto de autonomía simulada, como lo es hoy la CNDH.

Si los aspirantes a consejeros y magistrados tienen que hacer campaña para ser electos, estarán tentados a acordar con los partidos para contar con el respaldo de sus clientelas y nadie tiene tantas y tan aceitadas como el que experimenta simbiosis con el gobierno federal. En las dos consultas populares, realizadas por capricho presidencial, se dieron descarados operativos de acarreo masivo de votantes y ni siquiera disimularon la coacción ejercida desde las dependencias públicas. Veríamos repetirse las penosas escenas de las elecciones internas de Morena en donde beneficiarios de programas sociales fueron llevados a las casillas con todo y acordeón para que supieran por quién votar.

El Presidente quiere jugar con dados cargados. Él mismo ha reiterado que ya no volverán a gobernar los partidos que antes lo hicieron, aunque esa decisión corresponde sólo a los ciudadanos. La tendencia creciente en México es la alternancia a todos los niveles, al grado de convertirse casi en la regla. Eso ayudó al triunfo del actual mandatario y al ascenso vertiginoso de su partido en todo el país. Pero en 2021 el voto de castigo mostró el consabido cambio de dirección, lo que explica las derrotas de Morena en nueve alcaldías de la CDMX, así como en importantes municipios de la zona conurbada de la capital y en las grandes ciudades que, tres años antes, habían sucumbido a la ola obradorista.

Si López Obrador estuviera seguro del triunfo de su partido, como dice una y otra vez, no comprometería la legitimidad del proceso sucesorio, imponiendo una reforma que rechaza la oposición y es cuestionada por expertos e incluso instancias internacionales como la Comisión de Viena, que denunció el retroceso autoritario. En realidad, sólo ha obtenido el respaldo de sus devotos y parece improbable que el PRI se suicide acompañándolo, a pesar de todas las presiones y amenazas que usan para doblar opositores, pues eso significaría quedarse solo en la lucha por conservar el Estado de México y aceptar el papel de Partido Verde bis, que el régimen pretende asignarle.

Es verdad que, si no alcanzan los votos para reformar la Constitución, de cualquier manera, la mayoría oficialista buscará sacar ventaja con cambios a leyes secundarias que prevalecerían en caso de que cuatro ministros de la bancada del Presidente rechacen, por consigna, las acciones de inconstitucionalidad en la SCJN. No desparecerían al INE, pero lo debilitarían aún más de lo que ya hacen con la asfixia presupuestal.

Por eso es tan importante que irrumpan los ciudadanos y se hagan sentir. La democracia se conquistó en las calles y en las calles se tendrá que defender. Ya hay convocatoria a una marcha el 13 de noviembre y seguramente se harán escuchar de muchas formas.

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