El testamento político de AMLO

Anuncia su texto póstumo bajo la premisa de que sus directrices son imprescindibles.

Hágase mi voluntad… también después de muerto. Para eso son los testamentos, pero la cosa pública no es propiedad de nadie y la Constitución indica qué procede en caso de la ausencia definitiva del Presidente. Es verdad que desconocemos el texto anunciado por Andrés Manuel López Obrador, pero no es el primer líder que estando en el poder se le ocurre la idea y podemos inferir qué va cuando afirma que se requiere para la “gobernabilidad del país" y garantizar el “proceso de transformación".

Ya no es la oposición ni el periodismo independiente quien lo dice, es el propio mandatario el que asume el carácter personalista de su gobierno y movimiento. Es confesión de que el presidencialismo autoritario ha regresado, al grado que considera indispensable dejar establecido lo que deben hacer quienes ocupan posiciones de poder y pertenecen a su partido. De lo contrario no se entendería por qué piensa que ese documento es fundamental para la gobernanza y la continuidad de su proyecto político.

Aunque el mandatario ha negado su deseo de reelegirse porque asegura no creer en el necesariato, lo cierto es que anuncia su texto póstumo bajo la premisa de que sus directrices son imprescindibles. Es complicado pensar en alargar el mandato cuando no se está seguro de poderlo terminar, tiene conciencia de la vulnerabilidad de su salud; por eso escribió el documento. Pero el apremio no proviene sólo de esa incertidumbre vital, también de otra estrictamente política: la coalición que lo llevó a la Presidencia se conformó en torno a su persona y es dudoso que pueda sobrevivir a su ausencia.

Sin embargo, no se trata solamente de librar la sucesión a favor de su grupo, aunque eso sea condición para lograr algo mucho más ambicioso que, por cierto, es un objetivo explícito y notorio. López Obrador aspira a formar parte del panteón de próceres de la patria. De ahí que haya decretado la Cuarta Transformación en la historia nacional y que la omnipresente propaganda gubernamental está abocada a enaltecer su figura. El culto a la personalidad es política de Estado y el mandatario nunca deja de estar en campaña. El proyecto es él.

No existe como tal un modelo de país, lo que prometió como candidato no tiene relación con lo que estamos viendo: militarización creciente en todos los órdenes, acoso contra la institucionalidad democrática, austeridad que atrofia un sinfín de funciones gubernamentales –exceptuando programas sociales clientelares y las tres obras emblemáticas de la administración, cuyos costos no dejan de aumentar–, descomposición de la vida pública acicateada por la polarización y la agudización de problemas con los enormes focos rojos de una economía sin inversión y la violencia que no cede. Si en algo tienen éxito es en mantener alta la popularidad del Presidente, así sea con gobierno reprobado. En abril se va a llevar a cabo una costosa consulta de revocación que nadie ajeno al régimen está pidiendo con ese mismo propósito.

La tesis es simple: el “movimiento” perdurará en la medida en que se afiance la figura del líder en el imaginario social como un ser excepcional, protagonista de una épica de liberación del “pueblo” contra poderosos enemigos que siempre están al acecho. A falta de resultados y evidencia para sostener la historieta de la megalomanía presidencial, se echa mano de ideología, propaganda y “otros datos”.

El culto al caudillo lleva por necesidad establecer una ortodoxia y el testamento servirá para que los herederos presuman pureza y fidelidad a la causa. Así ha sucedido con experimentos similares en otros países. Tal y como existe el estalinismo, franquismo, maoísmo, castrismo, peronismo, chavismo… sueñan con un obradorismo que dé identidad y aura popular al grupo en el poder para permanecer ahí durante muchos años. Una iglesia política que premie la lealtad a la memoria del líder y persiga infieles y detractores.

El tema es si al país le conviene perpetuar la polarización ideológica con el espectro de su promotor. Lo mejor sería que el Presidente acabe su mandato en 2024 con buena salud y se inicie la indispensable reconstrucción, reconciliando a la sociedad y reivindicando a la democracia y sus valores.

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