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El reparto de las culpas

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

Los próceres no se equivocan, sobre todo si quien se considera tal escribe su propia historia desde el poder y utiliza los recursos del Estado para volverla propaganda.

Prometió soluciones milagrosas para ganar la elección, pero ante la frustración y el agravamiento de los problemas del país, éstos se vuelven en automático responsabilidad de los gobiernos anteriores, aunque lleve más de dos años en el cargo.

Nunca hay errores, los señalamientos son expresiones interesadas de adversarios molestos por haber sido desplazados y responden a la época electoral. La verdad se decide por autoridad moral autoasignada y se sabe de antemano que quien disiente está descalificado de entrada por carecer de ella, pues la inmoralidad se acredita al pensar distinto que el líder.

Así que, aunque padecemos los peores resultados en salubridad, economía y seguridad, no hay quien se haga responsable entre quienes hoy nos gobiernan, comenzando por el titular del Ejecutivo. Eso sería admitir que su “transformación” no es la panacea que presumen ni es tan grandiosa la figura que veneran; las decisiones se han concentrado en una sola voluntad, la cual es infalible por axioma.

La demagogia basada en sus “otros datos” es el recurso habitual para afirmar que estamos en un renacimiento de la vida pública, un parteaguas histórico a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Pero el triunfalismo presidencial choca de frente con la pandemia desbordada y la economía en picada.

Si el sol no se puede tapar con un dedo, tampoco las decenas de miles de muertos y desempleados.

Por eso andan en busca de culpables. Ya habían incriminado a la comida chatarra que contribuye a la diabetes, a los malos hábitos alimenticios, incentivados por una “industria sin escrúpulos” que atenta contra la salud de los mexicanos. Y como eso no convenció, el desastre también se lo achacan al sistema de salud que la actual administración asegura haber encontrado “en ruinas”. El problema es que sus pretextos no resisten ni el primer análisis.

Subestimaron la enfermedad desde el primer momento, aseguraron que era menos letal que la influenza, permitieron conciertos masivos, mantuvieron las giras del mandatario, hicieron muy pocas pruebas diagnósticas, el modelo Centinela quedó rebasado y apostaron irresponsablemente por la llamada inmunidad de rebaño. Sólo así se explica que Hugo López-Gatell haya declarado que prefería que se contagiaran más niños en los salones de clase e incluso el propio Presidente.

En lugar de aprovechar los meses previos antes de la llegada del virus y replicar las experiencias exitosas, se confiaron.

El Presidente se dio el lujo de proclamar que no nos dejáramos de abrazar, que “no robar, no mentir y no traicionar al pueblo” ayudaban a no contagiarse y mostró una estampita religiosa como remedio. Hasta llegó a decir que la pandemia le había caído “como anillo al dedo” a su proyecto político y desde finales de abril se jactó de haberla domado. Y hoy es fecha que el presidente Andrés Manuel López Obrador no se pone un cubrebocas, a pesar de todos los estudios científicos que demuestran su eficacia. Ni siquiera en el video de su reaparición convaleciente, durante su recorrido por los humildes salones de Palacio Nacional, se dignó a usarlo.

Es verdad que el sistema de salud tenía problemas, pero hoy está peor. Desaparecieron el Seguro Popular sin diagnóstico y crearon el Insabi sin planeación. A la fecha no tiene reglas de operación y aunque el discurso es “todo gratis para todos”, las carencias son mayores. El desabasto de medicamentos, lejos de resolverse, se sigue agravando y la cobertura de asegurados se redujo en casi seis millones de personas de 2015 a 2020 (Inegi).

Si la emergencia sanitaria rebasó al gobierno, la crisis económica lo agarró fuera de base. En lugar de establecer políticas contracíclicas con fuertes inversiones, inyectar recursos a las pymes para mantener empleos y dar apoyo a las personas, ayudándolas a quedarse en casa, siguió las recetas neoliberales de la disciplina fiscal, a contrapelo del resto del mundo. Las consecuencias están a la vista y ahora buscan culpables para no hacerse responsables.

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