El día sin mañanera

Los aliados electorales de la 4Ten el magisterio exigen respuestaa sus demandas mediante los métodosde lucha que durante décadas han practicado y no debiera extrañarque recurran a ellos también frenteal gobernante al que ayudaron a ganar.

Las cosas se valoran al perderse, para bien y para mal. Habrá más mañaneras, pero ahora sabemos lo que pasa cuando el Presidente no puede llevarla a cabo. Para esta administración, gobernar es comunicar, y cuando su instrumento principal falla, caen en desconcierto porque hay un vocero casi único en torno al cual gira el numerito y no hay manera de sustituirlo. La estrategia de comunicación y propaganda está hecha a la medida del titular del Ejecutivo y lo necesitan como conductor y director de escena.

Nadie reparó en lo que dijeron los miembros del Gabinete ni el gobernador de Chiapas, tratando de llevar el ejercicio sin el mandatario. Fue un espectáculo patético. Quedó la desolada imagen del frustrado copiloto de la camioneta bloqueada por los manifestantes, transmitida por él mismo y que se proyectó detrás del atril vacío que en vano lo esperó para dar cumplimiento al ritual matutino que lo distingue de sus antecesores.

La propaganda trata de convertir los fracasos en éxitos y es notoria la confianza presidencial para poder convencer con la pura palabra al gran público por más distante que sea lo que diga respecto a la realidad constatable. Sin embargo, presentar la imposibilidad de llegar a la cita con la prensa como un heroico acto de protesta contra quienes se manifestaban impidiéndole el paso fue demasiado. Nadie compra al no poder como virtud de estadista que, en hilarante desmesura, se compara con Nelson Mandela y Mahatma Gandhi nomás por encerrarse en el vehículo, negarse al diálogo y abstenerse de ordenar a la fuerza pública que liberaran el paso.

Preocupa la seguridad del Presidente y no debe verse a la ligera la facilidad con la que se le acercan y lo rodean. Es verdad que la cercanía con la gente empatiza y ha sido un signo característico de su liderazgo; pero hay riesgos que no deben permitirse porque ponen en peligro la estabilidad, la paz y la gobernabilidad. Es más importante el país y sus habitantes que el personaje construido en razón de criterios de popularidad. Por responsabilidad, debería revisar tal publicidad y prevenir agresiones más serias que un bloqueo de maestros disidentes. Urgen límites a esa obsesión por la propaganda que domina en Palacio Nacional y que el sentido común se imponga sobre la necedad.

Los aliados electorales de la 4T en el magisterio exigen respuesta a sus demandas mediante los métodos de lucha que durante décadas han practicado y no debiera extrañar que recurran a ellos también frente al gobernante al que ayudaron a ganar. Además, sus formas son similares a las que el propio Andrés Manuel López Obrador utilizó como opositor. Si éste pensó que con echar abajo la reforma educativa tendría el apoyo de la CNTE durante todo el sexenio y sus líderes guardarían el resto de sus exigencias será porque no los conoce tan bien como creía o sobreestima el ascendente que hoy tiene sobre el movimiento social.

Y es que lo que vimos también es un síntoma y que haya sucedido de manera reiterada durante el fin de semana tendrá consecuencias. Hay un desgaste del gobernante y su gobierno, el cual ya se siente en los sectores populares y es inevitable que la creciente molestia se exprese cada vez con mayor frecuencia. Si ya observaron que es fácil cerrarle el paso a la camioneta del Presidente, es previsible que el fenómeno se reproduzca en otros lugares, pues grupos inconformes con legítimas demandas abundan en todo el territorio nacional y la situación para millones de mexicanos es verdaderamente difícil. Razón de más para pensar en la seguridad del mandatario.

Si los huracanes le hicieron ver a López Obrador para qué servía el Fonden, lo ocurrido en Chiapas le mostró por qué el Estado Mayor Presidencial es necesario. Con profesionalismo se le puede proteger sin hacer uso de la fuerza.

Se acerca la mitad del sexenio y los resultados son decepcionantes; por eso no extraña que arrecie la ideología como única justificación narrativa e insistan en reiterar la misión intangible de la nueva era como dogma de fe. Pero ahí está su debilidad, la cual no resuelven repitiendo el eslogan de “hechos, no palabras”. Cuando deja de hablar el Presidente, el proyecto queda a la intemperie.

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