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El camino del ‘fraude patriótico’

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

Hay teorías de la conspiración que mueven a risa hasta que sabemos cuántas personas creen en ellas y cuáles son sus consecuencias. Lo vimos en la pandemia con los antivacunas, que hablaban de alucinantes intenciones por lavar cerebros con las dosis, lo cual dejó indefensos a muchos que fallecieron por la enfermedad. En política también resultan muy perniciosas.

José Stalin basó sus purgas y montó el penoso espectáculo conocido como Los procesos de Moscú con base en supuestos complots inverosímiles. Con tintes mucho menos trágicos, Donald Trump aseguró, sin presentar una sola prueba, que ganó la elección y con esa mentira envió a sus huestes al Capitolio para tratar de impedir que se declarara presidente a Joe Biden. Algo parecido ocurrió con Jair Bolsonaro el año pasado, cuando sus seguidores intentaron tomar los poderes públicos en Brasilia alegando una fantasiosa manipulación de los resultados. En México vivimos algo similar en 2006: se trató de evitar la toma de protesta de Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador se declaró “presidente legítimo”, alegando un fraude que nunca ha sido demostrado.

Aludir conspiraciones puede servir para justificar represiones. Lo estamos viendo en Nicaragua, donde Daniel Ortega alega que sus opositores están coludidos con el “imperio” para encerrarlos, quitarles su nacionalidad, expropiar sus propiedades y deportarlos. Los gobiernos de Cuba y Venezuela también suelen recurrir al espantapájaros de la amenaza imperialista para culparla de las múltiples carencias que padece la población y tener pretexto para encarcelar disidentes.

En la narrativa del presidente López Obrador, replicada por sus voceros, es una constante hacer referencia a la ficticia lucha que libra contra fuerzas oscuras que conspiran para descarrilar su proyecto. La victimización es electoralmente rentable y le sirve, además, para descalificar a toda voz discordante u organización que por sus causas y demandas exhiba fallas del gobierno. Recordemos a Hugo López-Gatell colocando a los padres de los niños con cáncer en delirantes estrategias golpistas; y si ellos lo son, a cualquiera meten en el mismo saco.

Hace unos días, el Presidente dijo sospechar que los hackers de Guacamaya, quienes se hicieron de correos y archivos de los ejércitos de Chile, Perú, Colombia, El Salvador y México, sean en realidad “agencias internacionales vinculadas con el grupo conservador que encabeza Claudio X. González”. Por más absurdo que parezca no significa que sea inocuo. Responder airadamente al informe sobre derechos humanos del Departamento de Estado, enfrascarse con legisladores republicanos radicales, reciclar el discurso antimperialista del siglo pasado e insistir que la oposición promueve el intervencionismo para dañar a su gobierno generan crispación nacionalista en su base militante.

Si el triunfo de los adversarios sería producto de una traición a la patria, complotando con intereses extranjeros para “regresar al poder” y someter al pueblo, entonces cualquier cosa está justificada para impedirlo. No es casual que el mandatario compare compulsivamente a sus opositores con los conservadores que fueron a ofrecerle el trono a Maximiliano de Habsburgo en el siglo XIX.

Eso explica la advertencia presidencial en el Zócalo: “hagan lo que hagan” en la oposición, no podrán quitarles el poder. No son sólo palabras, empujan el plan B para que el INE despida a miles de empleados, los cuales tendrían que sustituirse por eventuales. Tronaron contra la suspensión otorgada por el ministro Javier Laynez porque esperaban operarlo antes de que se resolviera el fondo, pues tienen conciencia de su inconstitucionalidad. Si Morena logra asaltar al árbitro con las quintetas cargadas a su favor, podrían meter sus estructuras a organizar las elecciones.

Los conspiranoicos son desconfiados y por eso proponen a familiares como consejeros. Deben estar dispuestos a todo para salvar su proyecto hegemónico. En 1986 le robaron la gubernatura de Chihuahua a Francisco Barrio. Se consolaban diciendo que reconocer su victoria abriría las puertas al intervencionismo norteamericano a favor de la reacción. A eso le llamaron “fraude patriótico”. ¿Les suena?

 

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