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El cambio de mentalidad

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

 

El parto de los montes. De la épica y grandilocuente gesta anunciada, la cual marcaría un parteaguas con la era neoliberal y sería recordada como la cuarta gran transformación de la vida pública del país —a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución— nos tendremos que conformar con una proclama intangible. El líder asegura que lo más importante y duradero que le deberemos las próximas generaciones será haber logrado que las mentalidades cambiaran, de tal suerte que los mexicanos ya nunca más podremos ser manipulados. ¡Qué alivio!

Entiendo al presidente López Obrador. Ya no hubo crecimiento económico, aumentó la pobreza, el sistema de salud está más lejos del de Dinamarca que cuando comenzó el sexenio, no ha podido resolver el desabasto de medicamentos que él mismo causó, la educación está en un tremendo bache de deserción y mediocridad, la ciencia ha sido relegada como nunca antes y su gobierno tendrá el récord de homicidios dolosos y de personas desaparecidas mientras el crimen organizado extiende su control territorial y se militariza al país en la seguridad pública y otras muchas áreas del ámbito civil.

Ante el fracaso, el consuelo del logro que no se puede demostrar, pero, por lo mismo, tampoco refutar. Con ello, además, se reivindica el tesón para mantener el poder, así sea por interpósita corcholata, pues la falta de resultados y el agravamiento de los problemas palidece cuando los mexicanos han abierto los ojos y abrazan el credo de quien los gobierna. El panorama deja de ser desolador si las culpas se adjudican a los adversarios. Entre más mal esté la situación, mayor debe ser la responsabilidad adjudicada a los opositores. La necesidad de la continuidad se sostiene con la demonización de la alternativa.

Y es que si algo va a perdurar por obra de la presente administración es la polarización. La división y el encono será el legado obradorista, algo que dificultará la gobernabilidad en momentos críticos para el país, cualquiera que sea el resultado de la elección presidencial. Siempre será mejor enfrentar las crisis con acuerdos de largo aliento y la que viene de fin de sexenio se avizora muy aguda.

No sólo es lamentable el saldo negativo y decepcionante de una administración que cultivó expectativas propias de una epopeya, sino también los rencores que no serán fáciles de superar. En lugar de una mentalidad democrática que reconoce el valor de la pluralidad y la necesidad del diálogo y entendimiento entre distintos, se inoculó la perniciosa convicción del pensamiento único que proscribe la discrepancia, identificándola con la traición.

Alguna vez me comentó mi admirado maestro Adolfo Sánchez Vázquez que no se le debían dar concesiones al atraso. Pero lo que hoy vemos es que se le alienta y celebra desde la cúspide del poder político. La injuria, la calumnia y hasta la provocación más burda se lanza desde una autoasignada superioridad moral que envenena el debate público y cultiva agravios, dejando heridas que tardarán en cicatrizar.

Por eso sería un error responder a la intolerancia oficial con intolerancia opositora, pues eso dejaría sin perspectiva la posibilidad de revertir la lógica de la confrontación que hace predominar la inescrupulosa lucha por el poder sobre cualquier otra consideración. En ese sentido es reconfortante que la confluencia de organizaciones civiles para promover la alianza que enfrente al oficialismo, Unid@s, reivindique la conformación de gobiernos de coalición, lo cual significa la corresponsabilidad de la pluralidad ideológica para conducir al país y en sí mismo es una vacuna contra el restaurado presidencialismo autoritario.

La mayoría de las familias mexicanas está en condiciones más precarias que en 2018 y eso no cambiará en 2024. De ahí la insistencia de López Obrador en responsabilizar a los gobiernos anteriores, buscando que la retórica cubra sus propias fallas para atenuar el inevitable voto de castigo que, además, trata de fragmentar, operando con el secretario de Gobernación el rompimiento definitivo de la alianza opositora, al tiempo que busca hacerse del control de la autoridad electoral o, en su defecto, debilitar al INE. Se va a poner bueno.

 

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