El atentado
El simple acto, felizmente frustrado, manda un mensaje ominoso. En la capital del país se puede atentar contra la vida de uno de los periodistas con mayor incidencia en la vida pública de manera impune
Con un fuerte abrazo para Ciro Gómez Leyva.
Lo único que cabe ante el atentado contra Ciro Gómez Leyva es la condena sin ambages, la solidaridad con la víctima y la exigencia a las autoridades para esclarecer los hechos. En esto debemos unirnos como sociedad. Urge poner límites a la polarización, es imprescindible.
La estrategia de confrontación que descalifica moralmente a quien disiente no contribuye al necesario acuerdo para identificar a los criminales como el enemigo común. No todo debe reducirse a la lucha política y es indispensable restablecer las líneas rojas que se han ido borrando. Hoy nadie está a salvo, sea juez, gobernante, mando militar, candidato, policía o periodista.
Vale la pena hacer la distinción, no porque unas personas valgan más que otras, sino porque las funciones que ellos realizan son fundamentales para la seguridad y el ejercicio de derechos de los demás. Su desprotección nos desprotege a todos. Si algo requiere una política de Estado es enfrentar al crimen organizado, que sigue extendiéndose territorialmente, asesinando a niveles inaceptables e incidiendo de manera creciente en los procesos electorales. Pero en lugar de ello, se normaliza la barbarie.
Pareciera que al gobierno federal le basta con culpar al pasado de la incontenible violencia y ver la descomposición social que genera como un daño colateral del combate que realmente importa, aquel que busca asegurarle al grupo gobernante la permanencia indefinida en el poder, marginando a sus adversarios políticos y estableciendo las condiciones estructurales de su hegemonía. No admiten neutralidad o imparcialidad, quienes se reclaman así son vistos como simuladores. Se está con la “transformación” o contra ella, lo han repetido hasta el cansancio.
Es la lógica de la administración populista, que ve cualquier cuestionamiento a su labor como apoyo a la oposición y por eso acusan a cualquiera que ejerza su derecho a la crítica de ser parte de ella, sin importar que sean intelectuales, académicos, reporteros, editorialistas y hasta tuiteros. Lo único que aceptan es el respaldo y la reproducción de su narrativa, así esté alejada de la realidad y promueva el pernicioso maniqueísmo. De ahí que el Presidente tenga a la prensa libre y a los periodistas independientes bajo permanente asedio.
Pero eso tiene que parar, pues las consecuencias ya son funestas. La prestigiada organización Reporteros Sin Fronteras considera a México el país más peligroso para los periodistas, peor que naciones en guerra como Ucrania. Estigmatizarlos desde el centro del poder político no contribuye a protegerlos, al contrario, aumenta su vulnerabilidad al presentarlos como seres indeseables y socavar el respaldo social a la profesión. Y no sólo eso, el mandatario suele afirmar que, salvo excepciones, todos los medios y comunicadores sirven a los intereses más inconfesables. ¿No puede haber seguidores fanatizados que consideren que agredir a los señalados favorece al proyecto de la 4T, supuestamente amenazado por fuerzas oscuras?
Un día antes del atentado, López Obrador afirmó que escuchar a Gómez Leyva y otros periodistas podría causar “tumores en el cerebro”. Nunca refuta señalamientos con datos y argumentos, su “derecho de réplica” consiste en la descalificación y la calumnia. Es una práctica intimidatoria que lastima la libertad de expresión y el derecho a la información de los ciudadanos. Y, además, no quiere entender que las palabras pronunciadas desde el poder pesan y tienen efectos más allá de las intenciones del que las pronuncia.
El blindaje proporcionado por la televisora en la que trabaja, le salvó la vida a Ciro. El simple acto, felizmente frustrado, manda un mensaje ominoso. En la capital del país se puede atentar contra la vida de uno de los periodistas con mayor incidencia en la vida pública de manera impune, lo cual nos lleva a una pregunta obligada: ¿quién está a salvo?
Para colmo, el Presidente desliza la delirante teoría de que pudo tratarse de un complot para dañarlo. Tras un ataque armado contra quien es atacado por el régimen, ahora amaga con perseguir a la oposición. Y es que, pase lo que pase, la víctima siempre es él, aunque nadie haya tenido tanto poder.
