El año del ego
Aunque la propaganda personalizada está prohibida en el artículo 134 constitucional, eso no es obstáculo para que el centro de la estrategia de comunicación del gobierno sea exaltar al personaje que lo encabeza. Eso le ha traído réditos en las encuestas.
La estatua derribada será acaso una profecía, pero no la metáfora del año que comienza. El culto a la personalidad llegará a su clímax con la llamada revocación de mandato, ejercicio desnaturalizado para servir como plataforma de promoción del gobernante. No responde al cumplimiento del derecho de los ciudadanos a removerlo –quienes solicitaron las firmas son personas y organizaciones identificadas con él–, sino al deseo presidencial de fortalecerse de cara a la sucesión mediante el culto de sí mismo.
Se podría pensar que eso responde a la necesidad de controlar la designación del candidato de su partido en 2024 y que ésta se dé con estabilidad para reducir riesgos de ruptura o, bien, minimizar sus efectos. Aunque la popularidad no se traspasa, también podría sostenerse que lo hace para que prevalezca en la sociedad el deseo de continuidad. Sin embargo, lo que salta a la vista es la megalomanía de quien decretó su lugar en la historia al lado de los próceres desde antes de tomar posesión. Dichos motivos no se excluyen y, en cualquier caso, implican el uso del Estado y sus recursos para fines facciosos.
Aunque la propaganda personalizada está prohibida en el artículo 134 constitucional, eso no ha sido obstáculo para que el centro de la estrategia de comunicación del actual gobierno sea exaltar al personaje que lo encabeza. Eso le ha traído réditos en las encuestas, sin duda, pero ha generado una disociación entre la valoración personal y la reprobación de sus políticas públicas por falta de resultados y agravamiento de los problemas. La sobreexposición ha generado una burbuja en torno al mandatario, pero la realidad no deja de acecharlo. Esa tensión entre el líder enaltecido y las crisis que atosigan al país irá en aumento porque, con todo y la reiteración hasta la saciedad de la falsaria épica cuatroteísta, ya inició la cuenta regresiva.
Hacerse el imprescindible para luego dejar el poder es un salto mortal. Andrés Manuel López Obrador desafía las reglas de la temporalidad del mandato, tratando de eludir el declive propio de la segunda mitad del sexenio. Sus delfines deben saber que la única posibilidad que tienen de ser destapados es ganarse su gracia conjugando sólo dos verbos: obedecer y complacer. En el viejo régimen, el partido era contrapeso para que se cumplieran las reglas no escritas del relevo; otro eran las Fuerzas Armadas. Ahora, en el bloque oficialista, sólo existirá la voluntad presidencial… bueno, ésa es la intención del Presidente.
Los espejismos del poder han engañado a los más avezados, con mayor razón a los fascinados con su imagen reflejada desde el pináculo de la estructura política. Pero el juicio de la historia no es tan voluble como lo piensan al ver plazas llenas o atestiguar índices de popularidad. Claro que ayuda inducir mitos en sectores populares, “veló por los pobres y enfrentó a los poderosos”, así como apelar a sentimientos religiosos y cultivar la fe mesiánica respecto a su figura, pero es conocido el riesgo de que la epopeya se convierta en historieta infamante una vez que deje el cargo, su influencia mengüe y alguien tenga que hacerse cargo del desastre.
La egolatría de los poderosos suele acompañarse de la desconfianza, de mirar con sospecha a los cercanos y obsesionarse con reales o ficticias traiciones. Por eso son tan adeptos a las purgas y dejar establecido el costo de salirse del redil. Mantener en prisión a Rosario Robles por un delito menor, pasando arteramente sobre la presunción de inocencia, sirve bien para el propósito. Encarcelar a José Manuel del Río Virgen sin pruebas es mensaje para Ricardo Monreal, quien amaga con la rebelión. Que piense con cuidado hasta dónde quiere llegar.
En democracia no se endiosa a quien gobierna, eso es propio de regímenes autoritarios y totalitarios. Y aunque en el discurso hablen de igualdad para generar empatía con los desposeídos, no hay nada más contrario a ella que establecer a golpes de propaganda la supuesta excepcionalidad de quien ocupa la primera magistratura. Los déspotas se sostienen de esa ficción y no extraña que, a final de cuentas, resulten ídolos de barro cuya memoria acabe en el fango junto a sus estatuas derribadas.
