Dedazo, destape, cargada y unción
La simulación teatral es la marca de la casa, pero no les bastó la cancha desnivelada y jugaron con dados marcados sin preocuparse por ocultarlos. No pueden reprimir su naturaleza
Cumplió la liturgia del viejo régimen, pero a su manera. La decisión la tomó con mucha anticipación y se preocupó por hacerla evidente. Desde el principio dejó claro quién era su favorita y trabajó para posicionarla orientando apoyos, dentro y fuera del gobierno. La corcholata oficial no podía perder, operaron con recursos incuantificables para que llegara con ventaja y el procedimiento de formalización del designio no permitía cambiar tendencias –prohibieron hasta los debates–. Y, de cualquier manera, no se midieron para avasallar a Marcelo Ebrard.
Fue un dedazo de larga duración y nada quedó a la suerte. Las concesiones dadas al seguro segundo lugar fueron para atajar su previsible inconformidad sin poner en riesgo el resultado. La simulación teatral es la marca de la casa, pero no les bastó la cancha desnivelada y jugaron con dados marcados sin preocuparse por ocultarlos. No pueden reprimir su naturaleza. Las trampas fueron documentadas y sirvieron para que Ebrard desconociera las encuestas, demandará su reposición a sabiendas que no ocurriría, manchará el destape de Claudia Sheinbaum y prefigurará su eventual rompimiento.
El hecho es que la oposición salió unida de un mecanismo abierto y participativo mientras el oficialismo se dividió, a pesar del ostensible control presidencial, lo cual dominó la discusión pública. Es verdad que cuatro de los cinco perdedores entendieron su papel de reparto y le levantaron la mano a la exjefa de Gobierno sin chistar. No es que no hubieran padecido la misma inequidad, es que estaban ahí para avalarla e iniciar la cargada. Pero el interés periodístico está más en el conflicto interno que puede incidir en la elección presidencial que en la parafernalia del poder para exaltar un anuncio que ya se esperaba.
Sólo la ocurrencia de entregar un “bastón de mando” pudo recuperar la atención, pero no precisamente para bien. Con independencia de las intenciones, el evento de unción recuerda a los virreyes de la Nueva España que, reproduciendo la tradición de Castilla, se lo entregaban a su sucesor. Quien gobierna el país y vive en Palacio Nacional quiso simbolizar la transmisión de poder a su heredera, como si México no fuera una república. El gesto dice más que las mil palabras que utiliza para negar el dedazo.
Entiendo que, con demagogia populista, quisieron relacionar dicho acto con la costumbre sincrética de pueblos indígenas que, después de una deliberación comunitaria, entregan ceremonialmente el bastón; pero eso no tiene nada que ver con la pantomima que, con fines de propaganda, realizaron dos personas con abuelos europeos frente al Templo Mayor.
Cuando la realidad no coincide con el guion previamente elaborado, optan por hablar de sus deseos en forma de otros datos, ignorando la evidencia. Con el segundo lugar en rebeldía, impugnando el proceso y amagando con su salida, en el partido oficial reiteran una y otra vez que están unidos. No por nada organizaron una abrumadora cargada de gobernantes, funcionarios, dirigentes, líderes, legisladores y hasta influencers que hubiera ruborizado a Fidel Velázquez. Las imágenes de “respaldo espontáneo” a la ungida confirmaron el regreso de la monarquía sexenal hereditaria del viejo régimen, lo mismo que el obsceno besamanos virtual en redes sociales, cuya cursi abyección y culto a la personalidad llegaron a los niveles norcoreanos que antes sólo dispensaban al patriarca que entregó el bastón.
Fotos y simulaciones aparte, no hubo tal traspaso del mando; pero ahora la ungida dará la cara por las decisiones de quien la ungió. Aunque pocos se irán con la finta, el desgaste será para ella. Alguien se prepara para ser el poder detrás del trono y le sirve la debilidad de su ocupante, pero todavía tienen que ganar la elección y eso no será nada fácil con Xóchitl Gálvez en la boleta.
El mensaje es claro. Harán cualquier cosa para que el Presidente designe a su sucesora, facultad metaconstitucional del vetusto presidencialismo autoritario que regresó por sus fueros. Subestiman a los ciudadanos que, a pesar de la elección de Estado que se vislumbra, elegirán con su voto a la mujer que se sentará en La silla del águila en octubre de 2024.
