Contraste

El Estado está al servicio del culto a la personalidad del gobernante.

Hay de manifestaciones a manifestaciones. No es lo mismo convocarlas desde la sociedad que desde el poder, pero ésa no es la única ni la más importante diferencia entre los dos eventos que, con tres semanas de distancia, colmaron el Zócalo de la CDMX. Con ello no minimizo la enorme distancia existente entre el carácter, las formas y los recursos utilizados, hablaremos también de ello, sólo que el contraste más significativo está en el mensaje.

El presidente López Obrador tiró la casa por la ventana para responder a la marea rosa que desbordó las calles el 13 de noviembre y las plazas el 26 de febrero. Igual que como aconteció el primero de diciembre, recurrieron a flotillas de camiones de todos los estados y movilizaron a miles de beneficiarios de programas sociales. Traerlos no fue barato, tampoco alimentarlos ni sufragarles la estancia. Legisladores oficialistas anunciaron colecta para sufragar los gastos, pero no mostraron transferencias ni facturas. Los medios públicos y algunos privados transmitieron el mitin en vivo. El Estado al servicio del culto a la personalidad del gobernante.

En el caso de los ciudadanos que se dieron cita para defender al INE y repudiar el plan B, la movilización fue espontánea y llegaron por sus propios medios. Como acudieron de manera libre y por convicción, se quedaron hasta el final, a diferencia del acto oficial en que el éxodo masivo comenzó cuando todavía hablaba el Presidente. Si en el primero llamó la atención el colorido rosa y blanco en las panorámicas, en el segundo se dejaron ver las mantas y banderas del sindicalismo oficial, tal y como ocurría en las congregaciones gobiernistas del viejo régimen.

Pero el mayor distintivo de la convocatoria ciudadana es el de un movimiento nacional en ascenso. La marcha se replicó en 63 ciudades y la manifestación en 121, algunas en el extranjero. Mientras el gobierno federal utilizó a gobiernos estatales y municipales de su partido para el acarreo hacia la capital, los ciudadanos se organizaron para realizar concentraciones insólitas en sus localidades.

Algo ocurre en la sociedad, infinidad de personas a lo largo y ancho del país han tomado consciencia del peligro que corre el derecho conquistado de elegir a sus gobernantes en elecciones limpias y no quiere renunciar a él. Esa creciente oposición social al intento de controlar los comicios desde el gobierno parece explicar el discurso beligerante del mandatario, que teme se exprese en las urnas el próximo año.

En las plazas rosas se dio un mensaje de inclusión, en el entendido que la democracia permite la convivencia armónica de la pluralidad. El grito de “todos somos pueblo” expresó el sentimiento de que en México cabemos unos y otros, que el respeto a la ley, el cumplimiento de la Constitución y contar con un sistema electoral autónomo y confiable establecen el marco para procesar las discrepancias, reconociendo la legitimidad del pensar distinto. En cambio, López Obrador pronunció un discurso explícitamente faccioso, hablando como líder de un grupo político que se plantea permanecer en el poder sin hacer concesiones a opositores y críticos.

Por eso le enmendó la plana a Lázaro Cárdenas. Hizo un paralelismo forzado y sin sustento de la actual situación con la sucesión de 1940, cuestionando la decisión de optar por el moderado Manuel Ávila Camacho sobre su compañero y amigo, afín ideológicamente, Francisco José Múgica. Aseguró que eso no evitó el conflicto electoral y, por lo mismo, alecciona a sus corcholatas que ahora no debe haber zigzags y advierte a la oposición que, “hagan lo que hagan”, no ganarán la presidencia. Siguiendo su analogía, Gonzalo N. Santos recuerda en sus memorias cómo, a punta de pistola, hicieron el fraude para evitar el triunfo de Andreu Almazán.

En el terreno de los simbólico también fueron eventos antípodas. Los ciudadanos llevaron flores a la SCJN como respaldo a la división de poderes, expresando confianza en la decisión libre de los ministros. En cambio, en el mitin oficial quemaron la efigie de la ministra Norma Piña, consecuencia de una execrable campaña de calumnias para doblegarla. Si no queremos que la violencia escale, el odio esparcido desde Palacio debe parar.

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