Condecorar al dictador

La inconsistencia diplomática tiene que ver con la decisión presidencial de alinear los intereses del país al llamado “eje bolivariano”, cuya influencia en América Latina ha crecido junto con el populismo en la región

La política exterior mexicana, desde 2018, es propia de Marx… tendencia Groucho. Los “principios” que guían su actuación mudan según la ocasión. Lo mismo hablan de no intervención y autodeterminación de los pueblos cuando se trata de presos políticos en Cuba, elecciones simuladas en Venezuela o encarcelamiento de opositores en Nicaragua, que respaldan a un candidato a la presidencia de Colombia en plena campaña y cuestionan al Congreso de Perú por negar un permiso para salir del país.

El presidente López Obrador tardó más de un mes en felicitar a Joe Biden tras su triunfo electoral y se negó a condenar el ataque al Capitolio auspiciado por Donald Trump. En cambio, se apresuró a reconocer la victoria de Lula el mismo día de las votaciones y reprobó de inmediato el asalto de los seguidores de Jair Bolsonaro a los poderes en Brasilia. Cuestionó con dureza la destitución de Pedro Castillo, aunque minimizó el fallido acto golpista de éste al disolver el Parlamento y otorgarse poderes extraordinarios. La presión norteamericana logró que México votara en el Consejo de Seguridad la condena a la invasión de Rusia a Ucrania, pero se opuso a imponerle sanciones al invasor y cuestionó a Alemania por venderle tanques al invadido.

La inconsistencia diplomática tiene que ver con la decisión presidencial de alinear los intereses del país al llamado “eje bolivariano”, cuya influencia en América Latina ha crecido junto con el populismo en la región. Más que de izquierdas y derechas, es un tema de democracia o autoritarismo. A diferencia de Gabriel Boric, presidente progresista de Chile, quien cuestiona las violaciones a derechos humanos en las dictaduras del continente, López Obrador prefiere ignorar el asunto, ser funcional a sus aliados y, en el caso de Cuba, incluso victimiza al régimen totalitario.

El embargo a la isla lleva más de seis décadas, es contrario a la opinión de la comunidad internacional y no ha servido para lograr ningún cambio democrático. Al contrario, le ha ayudado a la dictadura para justificar su fracaso económico, mantener vivo el caduco discurso antiimperialista y tener un mal pretexto para reprimir disidentes, alegando que son agentes de la amenaza externa.

El mandatario mexicano reproduce al pie de la letra la propaganda castrista, que es esencialmente la misma desde el siglo pasado y usa hasta sus términos, llamando bloqueo al embargo. Incluso recita la épica al régimen dictatorial con el trasnochado romanticismo de una revolución en la que ni siquiera participó Miguel Díaz-Canel, olvidándose por completo de la extendida pobreza, la falta de elecciones libres, el acoso judicial a la libertad de expresión, la proscripción de partidos distintos al oficial y la represión de disidentes, que llega al extremo de perseguir a quienes postean críticas al gobierno en redes sociales o entonan canciones de protesta.

Es verdad que hay antecedentes de autócratas condecorados con la máxima distinción que otorga el Estado mexicano. En el viejo régimen se la otorgaron a Rafael Trujillo, despiadado dictador de República Dominicana, y al sha de Irán, Mohammad Reza Pahlevi. Al propio Fidel Castro se la dieron en 1988, quien en reciprocidad vino a legitimar a Carlos Salinas tras el brutal fraude electoral operado por Manuel Bartlett. No niego las diferencias, era otro mundo, la Guerra Fría todavía emanaba estertores, pero por lo mismo es sintomático que, en la restauración autoritaria en curso, la democracia y los derechos humanos hayan dejado de ser valores ineludibles, borrando con ello conquistas culturales y civilizatorias obtenidas durante la transición.

De manera recurrente, López Obrador compara a Cuba con Numancia por la longevidad del castrismo, pese a estar a tan sólo 90 millas de los Estados Unidos. Admira y le impresiona que un mismo grupo mantenga el poder indefinidamente contra viento y marea sin reparar en la traición a los ideales que inspiraron la revolución que los encumbró. ¿No será que con la cacareada “transformación” busca emular en ello a sus socios y el objetivo es el establecimiento de un régimen sin alternancias que moviliza clientelas y se sostiene con las Fuerzas Armadas? Eso explicaría el plan B.

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