Caro Quintero, envuelto para regalo

Hay versiones publicadas que implican también a la agencia federal de inteligencia

No es lo mismo los tres mosqueteros que 37 años después, pero su valor simbólico anida en lo que fueron. Rafael Caro Quintero revolucionó la producción ilegal de mariguana a gran escala y fue de los líderes del llamado Cártel de Guadalajara, junto con Miguel Ángel Félix Gallardo (el Jefe de jefes), y Ernesto Fonseca Carrillo (Don Neto). Los tres sinaloenses fueron detenidos por la salvaje tortura y asesinato de Enrique Camarena Salazar, agente encubierto de la DEA, y del piloto Alfredo Zavala, en 1985.

Tales hechos generaron una crisis diplomática entre Estados Unidos y México, por la complicidad y participación de la temible policía política del viejo régimen: la Dirección Federal de Seguridad, a cargo de José Zorrilla –encarcelado por ese asesinato y el del periodista Manuel Buendía–, cuyo jefe directo era Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación.

Hay versiones publicadas que implican también a la CIA porque supuestamente Camarena se enteró de la trama para financiar a la Contra nicaragüense, con la venta ilegal de armas al régimen teocrático de Irán y el tráfico de cocaína que salía de Colombia e ingresaba a Estados Unidos, a través del Cártel de Guadalajara, con el que tenía acuerdos Pablo Escobar. Pero el golpe directo resulta más creíble: en noviembre de 1984, el Ejército mexicano ingresó al rancho El Búfalo, en el municipio de Jiménez, Chihuahua, donde trabajaban miles de jornaleros a las órdenes de Caro Quintero. Se trató del principal decomiso de mariguana en la historia: 10 mil toneladas, cuyo valor se calculó en 8 mil millones de dólares.

El trabajo de Kiki Camarena fue fundamental para dar con el rancho y la DEA considera que quedan cabos sueltos por atar. El asesinato del agente es un hito en su historia y por eso ofreció una recompensa de 20 millones de dólares por Caro Quintero en cuanto salió libre en 2013, tras 28 años de reclusión, debido a un sorpresivo amparo concedido por un tribunal colegiado que consideró que sus delitos eran del fuero común y no debió ser juzgado por la justicia federal.

La airada reacción de Estados Unidos llevó a la Corte revocar la liberación y se giró orden de aprehensión con fines de extradición. Se le hacía en Caborca al frente de un cártel local, que entró en conflicto con los hijos de El Chapo, una de las causas de la ola de violencia en Sonora. Es innegable que su incidencia en estos últimos años era mucho menor a la que llegó a tener, pero su detención era ansiada en el país vecino debido al papel protagónico que jugó en aquel crimen de los 80 del siglo pasado, así como por lo que pudiera saber y decir al respecto. Kike Camarena es, como dijimos, una herida abierta.

Tras las fricciones por el desaire y boicot descafeinado a la Cumbre de las Américas y los reclamos por incumplir el T-MEC, la extradición de Caro Quintero sería un bálsamo para limar asperezas, mostrar voluntad de cooperación en la lucha contra el narco y salir al paso a la preocupación creciente de los vecinos del norte, por la indolencia del gobierno mexicano frente al crimen organizado. Ni mandado a hacer. Seguramente el presidente López Obrador quería llegar con esa noticia a su reunión con Joe Biden.

Diez días antes del encuentro, contrario a la política de abrazos, hubo un fuerte operativo del Ejército en Altar, cerca de Caborca, en el que detuvieron a un líder apodado El Duranguillo. Mucho despliegue para un resultado tan menor. Suena lógico suponer que el verdadero objetivo se les escapó y por eso andaba a salto de mata en el Triángulo Dorado.

La DEA celebró la detención del capo, reconoció la labor del gobierno mexicano y se adjudicó participación en el operativo. La experiencia dice que es muy probable que la Marina haya requerido de la labor de inteligencia de la agencia para saber dónde buscar, pero esa mancuerna operó de manera constante en el sexenio de Felipe Calderón y es de imaginarse la molestia en Palacio Nacional por haberse hecho pública la colaboración. Eso explicaría el desmentido del embajador Ken Salazar, tan preocupado por consecuentar las obsesiones presidenciales. Todo sea para que el regalo de reconciliación llegue a Estados Unidos lo más pronto posible.

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