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AMLO frente a Biden

Fernando Belaunzarán

Fernando Belaunzarán

A Andrés Manuel López Obrador no se le conoce por saber perder y él mismo hizo evidente que en Estados Unidos apostó por el candidato derrotado, el cual comparte su misma incapacidad para aceptar resultados adversos.

En lugar de generar un buen clima de entendimiento con el presidente electo, mostrando ánimo de colaboración, parece más preocupado en mostrar lealtad al que ya se va hasta el último momento, no obstante sus desfiguros. Podemos aventurar algunas explicaciones políticas, pero no perdamos de vista otra sicológica, notoria en su estilo personal de gobernar: su pecho no es bodega y le fallaron sus cálculos… y deseos.

Conviene no exhibir poca tolerancia a la frustración en la diplomacia, sobre todo tratándose de un vecino poderoso con el que tenemos muchos intereses comunes, pero se entiende que perder a un aliado personal en la Casa Blanca, con quien se estableció una relación de complicidad, no es cualquier cosa. Peor aún si el Presidente piensa, así sea por prejuicio, que el nuevo inquilino de ese inmueble será afín a sus adversarios que explícitamente planea derrotar para asegurar su hegemonía en el futuro cercano.

En la carta a Donald Trump, fechada el 12 de julio de 2018, López Obrador dice lo siguiente a quien en unos meses sería su homólogo: “…ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen predominante”. Lo elogia identificándose con él en su lucha contra la clase política tradicional, la cual en Estados Unidos es bien representada por Joe Biden.

El Presidente acaba de afirmar en su conferencia mañanera que trabaja todos los días para que los que antes gobernaban no regresen. De las pocas verdades que se le han escuchado en ese foro, aunque habría que agregar que ni los de antes ni los de ahora ni los que después pretendan disputarle el poder a su proyecto político. Le molesta que en Estados Unidos hayan regresado los derrotados por Donald Trump en 2016 porque eso es lo que quiere evitar que suceda en México y le preocupa que la nueva administración pueda ser obstáculo para dicho propósito.

Ahí está una respuesta de por qué López Obrador evitó la confrontación que se veía inminente con el racista y en cambio parece querer provocarla con quien condena la propaganda antiinmigrante. Aunque Trump insistió en que México pagaría el Muro, buscó expulsar dreamers, y amenazó con aranceles para obligar a perseguir centroamericanos con la Guardia Nacional y recibir solicitantes de asilo, el mandatario mexicano fue a Washington a ayudarlo en su campaña, asegurando, contra toda evidencia, que el bully era respetuoso de México y los mexicanos, optando por no ver a las familias separadas y los niños enjaulados. La conveniencia mutua fue estrictamente personal, subordinando a ella los asuntos entre naciones.

El retorno del general Cienfuegos se logró gracias a esa cercanía con el todavía presidente norteamericano, pero haberlo exonerado con prisas para cerrar el expediente antes de que Biden asuma la presidencia, acusando a la DEA y al Departamento de Justicia de fabricar delitos con fines electorales, augura mayores consecuencias que la anticlimática descortesía en los gestos: tardarse en felicitar al ganador, no condenar el asalto al Capitolio ­—pero sí la cancelación de cuentas del instigador— y ofrecer asilo a Julian Assange.

Es pueril pretender calar con provocaciones a un político con la experiencia de Joe Biden, quien sabe cuidar las formas diplomáticas. Lo único que necesita para apretar a la administración obradorista es demandar el cumplimiento de tratados, convenios y contratos firmados por el Estado mexicano, algo que puede hacerse de manera discreta y sin alzar la voz.

Haría bien López Obrador en ponderar bien su circunstancia. La cooperación en buenos términos con Estados Unidos conviene a todos, empezando por él. Recurrir al demagógico nacionalismo y confrontar como recurso para no avanzar en las agendas pendientes de la relación bilateral sólo confirmaría a la administración Biden que van a lidiar con el Trump mexicano y, como tal, lo tratarán. ¿De verdad eso quiere?

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