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La desastrosa transformación

Federico Ponce Rojas

Federico Ponce Rojas

 Todos deseamos un Estado social mejor.

Pero la sociedad no podrá mejorarse mientras

no se efectúen dos grandes tareas.

Si no se establece la paz sobre bases firmes,

y si no se modifican profundamente las obsesiones

dominantes con respecto al dinero y al poder,

no hay ninguna esperanza de que pueda realizarse

transformación deseable alguna.

A. Huxley

El proceso político de la presente administración ha desembocado en una transformación, como efecti­vamente se anunciaba en tiempos de campaña, en un cambio de las estructuras políticas, sociales y económicas, con resultados desastrosos.

El cambio prometido y que llevó a las urnas a treinta millones de votantes, sumado al des­prestigio de regímenes anteriores, fueron deci­sivos para que triunfara el candidato morenista y se convirtiera en Presidente; triunfo arbitrado por un sistema electoral basado en la rectitud administrativa, apartado de chicanadas y en­gaños políticos (INE) hoy con intentonas arbi­trarias para defenestrarlo. Así de la oferta se pasó a los hechos de una caprichosa gobernanza, con derroches inimaginables de los dineros públicos.

La transformación o cambio exige una alteración de las estructuras jurídicas, políticas, sociales y económicas que pro­pugnen el bien común, cambios que comprenden los aspectos como el éxito y en este caso el fracaso, fenómenos que apre­ciamos en el mundo actual como la democracia, la globali­zación, incluso las dictaduras que padecen grandes cambios o pequeñas alteraciones que afectan la vida de los habitantes del Estado.

En este último tramo del gobierno muchas personas, que abrazaron el cambio social prometido, se sienten no sólo de­cepcionadas, sino, además, viven agraviadas, ya que el cambio ofrecido para toda la sociedad en su conjunto, no ha llegado a ninguno de los rubros que conforman el bien común del Estado y a unos meses que concluya este caos gubernamen­tal, el tiempo es insuficiente: “El reto le quedó grande, a la sociedad el tiempo le quedó corto, al final no seremos el an­helado Estado de derecho próspero y vigoroso, la separación es más que evidente”. Mientras los mexicanos observamos transformaciones en el mundo con más democracia, más in­dependencia de poderes y mayor seguridad social en todas sus acepciones, concurren también en esa observación, los regímenes dictatoriales, que como imán generan en el ánimo del gobernante mexicano una atracción y copia ajena a la tra­dición republicana de nuestro país y quien en una concepción “al revés” señala que la mejor política exterior es la política interior (sic).

La evolución de las sociedades en general es latente y se da de manera vertiginosa, los suce­sos sociales, la tecnología y otros instrumentos que infundían en los cambios políticos de los países hoy se transforman, evolucionan y se de­sarrollan a una velocidad que hasta hace pocos años era inimaginable.

Los sistemas de educación, tan degrada­dos por factores que van desde una epidemia irresponsablemente conducida, cuyo fracaso se mide en la muerte de miles de personas, hasta la conducción de políticas públicas de educación por titulares que carecen de las credenciales necesarias para tal conducción, y un Pre­sidente que desdeña la educación superior, hacen de la edu­cación, eje central para el desarrollo fundamental de millones de mexicanos, un cambio negativo para el país.

Reseñar los desastres políticos de la presente administra­ción sería muy largo, con independencia que plumas muy prestigiadas han dado cuenta permanentemente de éstos, sin embargo, no podemos soslayar que el orden jurídico del Esta­do mexicano ha sido transgredido día con día y que el remedio requerirá de un enorme esfuerzo al que debemos empeñarnos todos los mexicanos, porque restablecer el orden constitucio­nal de la República, es tarea de todos, sin excepción.

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