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México e Irán: politización de las vacunas

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

La inmensa tragedia que ha sembrado el virus covid-19 en el mundo se está prestando, en ciertos casos, a un lamentable uso político del manejo de su gestión. En México, la opinión pública ya ha tenido suficientes pruebas de ello con la manera en que el subsecretario López-Gatell, siempre bajo las órdenes del Presidente, ha planteado sus erráticas directrices para controlar la pandemia, al tiempo que ha ocultado, mentido y tergiversado datos al respecto con el objetivo de maquillar la realidad y minimizar la gravedad de la situación.

En estos momentos, en los que por fortuna el trabajo de científicos de diversas partes del mundo ha dado como fruto una vacuna creada en tiempo récord, su adquisición, distribución y aplicación no están exentas de ese mismo utilitarismo con fines políticos. El hecho de que en nuestro país el sistema nacional de salud haya sido marginado para el proceso de vacunación y que sean los “siervos de la nación” y funcionarios de la Secretaría del Bienestar, junto con las Fuerzas Armadas, quienes están siendo mandatados para esa función, habla, sin duda, de que esa decisión forma parte de una estrategia para la obtención de votos rumbo a la elección de junio próximo.

En otras latitudes se observan también decisiones aberrantes fincadas en intereses políticos e ideológicos en cuanto al manejo de la pandemia. Uno de tales casos es el de Irán, país cuya dirigencia teocrática, encarnada primordialmente en la figura del ayatola Khamenei, acaba de mostrar hasta qué punto la salud y la vida de su población están supeditadas a los vericuetos de la política exterior nacional, lo mismo que a los amores y odios de carácter nacionalista que imponen su racionalidad por encima de cualquier otra cosa.

¿Qué es lo que acaba de declarar el ayatola en un discurso televisado? Ni más ni menos que queda prohibida la importación de vacunas de Estados Unidos y de Gran Bretaña, porque “no podemos confiar en ellos… no es imposible que quieran contaminar a otras naciones”, dijo Khamenei en su cuenta de Twitter en inglés. Recalcó que tampoco se aceptarán vacunas de Francia porque existe un historial de sangre infectada procedente del país galo que se remonta a los años ochenta y noventa del siglo pasado, en época de la epidemia del VIH. El ayatola aludió en esa misma presentación a los avances en el desarrollo de una vacuna producida localmente, proyecto que hace un mes inició sus pruebas en seres humanos, expresando su convicción de que en un futuro próximo la vacuna iraní podría estar lista para usarse. Del mismo modo, habló de la posibilidad de obtener vacunas “confiables de otras procedencias”, infiriéndose que se refería a China y Rusia, ambos aliados de Irán.

Esta declaración viene después de que, bajo presión de la opinión pública mundial, el 25 de diciembre se anunciara que la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Tesoro de Estados Unidos obviaba el sistema de sanciones antiiraní y daba luz verde a una transacción mediante la cual Irán compraría 16.8 millones de dosis de vacunas de la iniciativa COVAX, de la Organización Mundial de la Salud, mediante una transferencia de 244 millones de dólares.

Ponerse quisquilloso y vetar contribuciones destinadas a controlar el grave problema de salud del país, en función de rencores e ideologías, es un lujo que ningún líder responsable debía de darse en las circunstancias actuales de la pandemia que vivimos.

Sin embargo, a pesar de que Irán es el país más golpeado por covid-19 en el Medio Oriente, con 56 mil fallecidos y más de un millón de casos entre su población total de 82 millones de habitantes, para Khamenei, más importante que proteger la vida y salud de sus ciudadanos, es el mensaje que se enviaría y la humillación que significaría depender de los odiados enemigos occidentales en algo tan vital.

Es sabido que el honor es un valor fundamental en la cultura musulmana, pero en este caso resulta aberrante que el precio a pagar para evitar la deshonra sea, posiblemente, decenas de miles de vidas humanas perdidas.

Haciendo analogías alrededor de otros ejemplos históricos, ningún gobernante con profundos rencores antibritánicos ha exhortado a no usar penicilina porque un médico inglés, Alexander Fleming, la descubrió, ni tampoco los antisemitas dejan de vacunarse contra la polio a pesar de haber sido dos científicos judíos, Jonas Salk y Albert Sabin, quienes la desarrollaron.

 

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