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Covid-19 en Turquía: claroscuros

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Con 83 millones de habitantes y casi 800 mil kilómetros cuadrados de superficie, Turquía ha mostrado un desempeño bastante eficiente en términos de su manejo de la pandemia. Quizá por su vecindad con Irán —país duramente golpeado por el virus desde fechas muy tempranas en razón de sus estrechos contactos comerciales con China—, el gobierno turco observó lo que se venía y se apresuró a tomar medidas precautorias desde mediados de marzo, en el momento en que se registraban 191 casos de contagio y la tercera muerte. Para entonces ya se habían realizado 10 mil pruebas y se planeaba la realización de entre 10 y 15 mil pruebas diarias en los días subsiguientes.

En su discurso del 18 de marzo, el presidente Erdogan recomendó el aislamiento en casa y la distancia social, con el consecuente cierre de buena parte de la actividad económica, las escuelas y, en general, todo lo que no fuera considerado esencial. Simultáneamente, anunció un paquete de estímulos económicos equivalente a 15.4 mil millones de dólares, una mezcla de recorte en los impuestos, diferimiento de pagos y aumento en las pensiones, a fin de ayudar a las empresas a sortear la crisis. El cumplimiento de ese objetivo estuvo, sin embargo, lejos de concretarse ya que el país arrastraba una severa crisis monetaria con la consecuente escasez de recursos. De tal forma que la inyección de efectivo líquido por parte del Estado a la población, necesaria para proteger el empleo y mantener el consumo en niveles regulares, fue limitada, con lo que la economía turca sigue estando en problemas. Fitch Ratings pronostica que la contracción de la economía turca será, este año, de 3 por ciento.

No obstante, en lo que se refiere a la pandemia misma, Turquía está emprendiendo ya el regreso a una cierta normalidad. La cifra total de fallecidos durante los dos meses y medio transcurridos desde la aparición de la primera víctima es de 4,461, con un total de contagiados de, aproximadamente, 161 mil personas, lo cual revela un muy bajo índice de letalidad. De ahí el anuncio de que a partir de la próxima semana se elimina la prohibición de los viajes entre ciudades y provincias, además de que se reabrirán las guarderías, jardines de niños, instalaciones deportivas, restaurantes, cafés, salas de concierto, museos, playas y parques nacionales. Desde ayer se reabrieron para el rezo de los viernes las cerca de 1,900 mezquitas existentes en el país, además de que desde el 11 de mayo, y con las necesarias precauciones, reemprendieron la actividad los centros comerciales y las pequeñas empresas de todo tipo.

Si bien durante esta pandemia en Turquía las cosas han ido relativamente bien en cuanto a lo sanitario y lo económico comparativamente con muchas otras naciones, incluida la nuestra, hay un aspecto oscuro que emergió y ha causado un impacto social importante. Se trata de la proliferación de teorías conspiraciones que en Turquía se centraron, fundamentalmente, en la acusación a sus minorías de estar de alguna manera detrás de la aparición de la epidemia. Homosexuales, judíos y, en general, los no musulmanes, como los armenios, han sido blanco de esos señalamientos, no sólo en las redes sociales que, como sabemos, son propensas a difundir cualquier barbaridad, sino aun en medios de prensa y comunicación oficialistas, dados a exaltar el nacionalismo turco-musulmán como esencia de la verdadera lealtad patriótica.

Lamentablemente, los señalamientos de culpables, a modo de chivos expiatorios, han derivado en agresiones a miembros de la comunidad LGBT, lo mismo que en tres ataques vandálicos, en un sólo mes, a iglesias armenias.

Esto no debe sorprender si se considera que este tipo de reacciones son comunes en situaciones de crisis como la que se vive con la pandemia actual. Pero lo que sí sorprende es que el propio presidente Erdogan haya sucumbido, a pesar de ser el jefe de Estado, a la misma tentación. A principios de mayo declaró que los lobbies armenio y de griegos étnicos que viven en Estambul son “fuerzas del mal”, mientras que diversos voceros de la administración nacional han estado utilizando, constantemente, discursos de odio que incitan a la polarización y discriminación de las minorías, por lo cual, aún si Turquía sale relativamente bien de la pandemia en términos sanitarios y económicos, no será igual en el tema siempre condenable de la propensión del Estado turco a discriminar y hostigar a sus minorías.

 

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