Alemania y la UE: riesgos de la austeridad
Una recesión técnica de la nación germana es motivo de alarma general
El 19 de agosto se encendieron los focos rojos ante la alerta del banco central de Alemania de una posible recesión en el tercer trimestre, si se presenta una nueva contracción del PIB, la que se sumaría a la caída de 0.1% registrada entre abril y junio. Una recesión técnica de la nación germana es motivo de alarma general, por ser el motor de la Unión Europea y la cuarta economía mundial, porque acentuaría la desaceleración global, y porque todavía se sufren los efectos de la crisis financiera internacional de hace más de una década, especialmente la austeridad.
En noviembre de 2008, el Bundesbank informaba que la primera economía europea entraba en recesión al registrar dos trimestres consecutivos de caída del PIB, lo que se atribuyó al descenso de sus exportaciones, de la demanda interna, de la confianza y la inversión. Este decremento no fue exclusivo de Alemania, sino que se produjo en las principales naciones desarrolladas, revelando que el colapso financiero (iniciado en los sectores inmobiliario y bancario de Estados Unidos en el 2007) se trasladaba a la economía real, al grado que el FMI pronosticaba para el 2009 la peor recesión (-4% del PIB para la Unión Europea) desde la Gran Depresión, y para el 2010 se estimaba que la deuda pública de la UE alcanzaría el 90% del PIB total. La crisis tuvo terribles consecuencias para muchos países, pero el gobierno alemán sorteó sus peores efectos gracias a su rescate de bancos y un fondo de estabilización financiera, que evitó el colapso del sistema bancario; su calidad de potencia exportadora y el superávit comercial que obtuvo; los apoyos al sector privado y un programa de inversión pública en infraestructura, transporte, comunicaciones, etcétera, para estimular la economía y salvar miles de empleos.
Sin embargo, estas políticas implicaron la terapia de choque y la austeridad, los ahorros presupuestarios, sacrificios para las clases medias y los trabajadores, con reducciones de la jornada de trabajo, de sus ingresos y beneficios sociales. El Banco Central Europeo impuso medidas draconianas y de recorte del gasto público (según los lineamientos del Tratado de Estabilidad, Cooperación y Gobernanza de la UE), y Alemania se convirtió en el adalid de la disciplina fiscal como requisito obligado para aceptar soluciones comunitarias como la emisión de deuda común (eurobonos). La canciller Angela Merkel rechazó realizar esfuerzos de salvamento común, que las deudas nacionales sean avaladas entre los países del euro, sin que antes sus socios europeos “pongan sus cuentas en orden y moderen el gasto”, es decir, reducir el déficit, un alza de impuestos, rebajas salariales y mayor desempleo. Alemania se salvó económicamente a sí misma, aunque no estaba dispuesta a compartir costos con las demás naciones de la UE, cuyos sectores sociales perjudicados tuvieron poderosas razones para repudiar a las instituciones europeas y al establishment, y respaldar electoralmente, incluso en la nación germana, a líderes y partidos eurofobos, nacionalistas, populistas y extremistas.
La austeridad sirvió para enfrentar la crisis, pero puso en riesgo la democracia y a la misma UE. En los pasados comicios europeos y alemanes, la ultraderecha fue contenida, pero socialdemócratas y conservadores siguen perdiendo votos y una nueva recaída económica les sería políticamente desastrosa. La austeridad, neoliberal o de cualquier otro tipo, cobra facturas más temprano que tarde, más aún en sociedades con gran desigualdad social y que han sufrido reiteradas crisis y ajustes.
ENTRETELONES
Un Brexit salvaje empujaría la recesión global.
