A 100 años de la Constitución de Weimar
La situación alemana de la posguerra presenta similitudes con la crisis actual de las democracias
El 31 de julio se cumplieron 100 años de ser aprobada la Constitución de Weimar, hecho fundacional de la Alemania republicana, lo que debería motivar una festiva conmemoración luego de siglos de absolutismo, pero que, históricamente, es recordada como sinónimo de fracaso democrático, ya que durante su vigencia subió Hitler al poder. Cobra relevancia rememorarla porque la situación alemana de la posguerra presenta similitudes con la crisis actual de las democracias y el ascenso de gobernantes nacionalistas y autoritarios, con rasgos fascistas o populistas, que amenazan al sistema democrático y a la paz mundial.
Después de perder la guerra y las severas condiciones que le impuso el Tratado de Versalles, la nación germana sufrió un colapso sin precedentes, dada la bancarrota económica, financiera, social, política y moral que se produjo, y que sirvió de marco al dramático nacimiento de la república como parte del ciclo democratizador que se vivió en diversas partes del mundo (incluido México). En Weimar, la asamblea constituyente estuvo dominada por los socialdemócratas, aunque, para tener mayoría, debió pactar con los partidos centristas para formar gobierno y aprobar la nueva Carta Magna, cuyos principales rasgos destacados son: el carácter federal y parlamentario; el sufragio directo para la elección del presidente, al que se le dieron poderosas atribuciones, entre ellas, la de disolver el parlamento, la designación o despido del canciller (jefe de gobierno), el veto legislativo y amplios poderes de emergencia; el parlamento se dividió en una cámara electiva (voto popular) y otra de representación territorial; los estados poseían autonomía, aunque con restricciones del poder central; reconoce derechos sociales, por ejemplo, la obligación del Estado a crear un sistema de seguridad social, el derecho a la educación, entre otros.
El artículo 48 es de lo más polémico, ya que se le responsabiliza de crear las condiciones para el uso totalitario del poder, pues faculta al presidente con decretos de emergencia, sin que se defina la clase de urgencias que justificarán su uso, además de que podían adquirir un rango legislativo. Si bien el parlamento podía anular el decreto, el Ejecutivo poseía la atribución de disolverlo, y convocar a nuevos comicios. Asimismo, estipula que aquél podía utilizar el ejército para restaurar el orden y suspender derechos ciudadanos. Si con ello el legislador pretendía que la aplicación de este artículo fuera excepcional, la grave situación que sufrió la República de Weimar en sus primeros años (movimientos separatistas, conatos revolucionarios, fallidos golpes de Estado, hiperinflación, etcétera) obligó a su empleo indiscriminado. Así, el presidente Friedrich Ebert (1919-25) recurrió a dicho recurso 136 veces, ante la necesidad de frenar la creciente anarquía y violencia, controlar la inflación y estabilizar el marco, entre otros motivos. Luego, en 1930, el gobierno del católico Heinrich Bruning requirió del presidente Hindenburg un decreto de emergencia para su reforma financiera y, ante el rechazo parlamentario, se convocó a elecciones, lo que resultó contraproducente, porque resultaron fortalecidas las fuerzas antirrepublicanas, comunistas y nazis, que usaron la democracia para acabar con ella.
La República de Weimar dejó la lección de que no puede existir una república sin republicanos ni democracia sin demócratas, y que pueden ser utilizadas por líderes y partidos totalitarios o autoritarios para llegar y entronizarse en el poder.
ENTRETELONES
María del Rosario Torres Mata, fuerte candidata a la presidencia de la CEAV.
