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Movimiento pendular

Columnista Invitado Nacional

Columnista Invitado Nacional

Por Carlos Carranza

 

Por fortuna, hay quienes logran comprender que la condición humana se dirime a través de los movimientos pendulares de un antiguo reloj: por un lado, la barbarie expresada en la pobreza cultural de las sociedades y, por el otro, el refinamiento de quien crea universos artísticos capaces de modificar la percepción de la realidad. La tensión que existe en ese movimiento pendular es la disputa que vive una sociedad preocupada por consolidar su propia memoria histórica.

Así, aquellos que creen en la palabra y los libros —los que nos enfrentan a nuestra propia lucidez y desarrollan la sensibilidad— como instrumentos para resistir al embate de la irracionalidad y la barbarie que se articulan en la vida cotidiana, son quienes tendrían que ocupar toda la atención posible. Son voces que apuntan al humanismo que es urgente recuperar en esta época de lo inmediato e insustancial.

El pasado viernes murió Amos Oz, escritor que, sin duda, puede ser considerado como uno de los últimos humanistas —en el sentido más clásico— que direccionaba el péndulo a un nivel intelectual que se echará de menos. Su muerte lo vuelve a poner en el centro de las discusiones como un narrador y ensayista capaz de penetrar con lucidez en este confuso mundo. Leerlo nos permite observar con claridad el fanatismo que determina nuestro presente: estamos rodeados de tantos indicios de su presencia que hemos optado por no mirarlos, despreciarlos y, quizás, en el peor de los casos, vanagloriarnos de ellos. El ejemplo más recurrente es a lo que nos ha conducido la trivialización del lenguaje: se usa el término fascismo —y, por consiguiente, neofascista y nazismo— con tal ligereza y descuido, que sirve de parámetro para observar que el fanatismo ha ganado terreno en diferentes ámbitos. No hay sutileza alguna en esta verborrea tan servil. Dice Amos Oz en su célebre libro Contra el fanatismo que su esencia “reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser. El fanático es una criatura de lo más generosa. El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. Liberarte de tu fe o de tu carencia de fe...”. Así, en la actualidad mexicana, todo aquel que no comulga con nuestros principios políticos, sociales y económicos corre el riesgo de ser calificado como fascista, con la velocidad de la incongruencia. Ésta ha sido la mejor estrategia para descalificar al adversario político y sumergirnos en una guerra de declaraciones poco afortunadas. Se ha banalizado la dimensión de este término, lo cual se  gestó desde la llamada “campaña de odio” del entonces candidato presidencial Felipe Calderón, que no hemos logrado mitigar.

¿Será que somos propensos a ese régimen? ¿En verdad existe nostalgia por un sistema que hundió al país en un orden de cacicazgos y oportunismo político y económico? La sensación de desorden que hemos alimentado durante los últimos meses —con o sin fundamento— es tierra fértil para que la fuerza del péndulo se concentre en un oscurantismo cada vez más perceptible.

Cabe recordar a Joseph Roth, quien en su libro La filial del infierno en la tierra nos habla de la sutileza con la que la propaganda del fascismo se apoderó del orden cultural germano. Roth se preguntaba —en un texto fechado en diciembre de 1938— “¿Cómo seguir leyendo? ¿Cómo seguir hablando? Hace tres años, tan sólo un país había sido atacado por la epidemia de la tergiversación y la parálisis de la lengua. Pero desde entonces esa peste lingüística ha traspasado todas las fronteras”. La lengua, nuestro fundamento civilizatorio, usada como propaganda de la barbarie. Para nuestro contexto quizá parezca una exageración; sin embargo, en ello radica el peligro: banalizar estos indicios nos puede llevar a elegir futuras opciones políticas que atenten contra nuestra libertad y la dignidad humana.

Es por ello que la muerte de Amos Oz es una pérdida sensible para quienes creemos que la cultura es lo que puede contrarrestar el fanatismo, preámbulo de la barbarie. Invitar a la lectura de sus narraciones y ensayos es la vía que nos permitirá imaginar que el humanismo ha logrado reinventarse con la fuerza que transmitía en su mirada y su sonrisa.

 

Académico

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