La costumbre del poder

Nada mejor que unas buenas novelas políticas para acompañar estos tiempos de precampañas y, sobre todo, para recibir el año electoral que entra con mejores armas.
 

Fernando Islas*

Me refiero a la oportuna reedición de La costumbre del poder, la serie de novelas políticas del escritor y periodista Luis Spota recientemente lanzada por Siglo XXI y compuesta por Retrato hablado (1975), Palabras mayores (1975), Sobre la marcha (1976), El primer día (1977), El rostro del sueño (1979) y La víspera del trueno (1980). Spota diseccionó como nadie el poder político de México. Hizo literatura con periodismo, oficio que aprendió en las redacciones, entre ellas la de Excélsior.

Podría hablarse de dos Luis Spota en las páginas de Excélsior, aquellas en las que aparecen comentarios de la obra de un escritor cuyos títulos tuvieron una gran aceptación, con tirajes de más de 100 mil ejemplares, así como otros textos que se publicaron en la sección deportiva sobre sus actividades al frente de la Comisión de Box del Distrito Federal, puesto honorífico que ocupó desde 1959 y hasta su muerte, en 1985. En 1963, de hecho, Spota fundó el Consejo Mundial de Boxeo (CMB).

Pero hay otro Luis Spota, menos frecuentado, en las páginas de El Periódico de la Vida Nacional, el joven reportero que entregó piezas que fueron clave en su formación camino hacia la novela. Se diría que Spota puso en práctica el periodismo como una suerte de antesala a la ficción.

Su llegada al diario se dio más o menos en los siguientes términos: Durante el primer trimestre de 1943, Carlos Denegri estaba a un par de meses de incorporarse como corresponsal en el frente de guerra europeo, en Londres, con una estancia de algunos días en Nueva York, por lo que Rodrigo de Llano, director de Excélsior, pensó que no le caería mal al periódico contratar a un par de reporteros para cubrir tan notable ausencia, según refiere Elda Peralta, viuda de Spota, en Las sustancias de la tierra, la “biografía íntima” que le dedicó.

Aparentemente, De Llano había activado su radar sobre los trabajos “del tal Luis Spota” en la revista Hoy, por lo que lo mandó llamar. Spota se presentó y solicitó ver al director. Le pidieron que aguardara. De Llano llegó a su oficina y empezó a despachar asuntos. Abstraído en lo suyo, entró y salió de su privado gente diversa, y él mismo entró y salió sin hacer mayor caso a la presencia de Spota, no obstante de que éste aguardaba muy cerca, sentado en un sillón, y cruzaron miradas. Más tarde, De Llano recordó que le habían avisado que Luis Spota había pedido audiencia, por lo que le reclamó a sus secretarias. “Ahí está, señor”, le dijeron, y Spota se incorporó de inmediato y le extendió la mano. Tenía 17 años.

Manuel Becerra Acosta, jefe de redacción del diario, se hizo cargo de la formación del jovencito que no tardó en ser reconocido como un periodista competente. El día con día de la Segunda Guerra Mundial robaba las notas principales de Excélsior, situación que no impidió, como exigía De Llano, que el periódico que dirigía presentara espléndidas coberturas sobre lo que ocurría en la capital y en todo el país en temas de todo tipo: políticos y policiacos, ciencias y culturas, toros y deportes.

En esa dinámica, Luis Spota inició sus “cursos” de periodismo, codo a codo con gente de mayor experiencia, como sus compañeros reporteros De Negri, Concha de Villarreal, Jorge Piñó Sandoval, Hesiquio Aguilar y Manuel Seyde.

Spota puso manos a la obra y escribió excelentes reportajes, permanentemente, en ese trajín, bajo las órdenes y observaciones de Manuel Becerra Acosta, su protector.

Debido a su trabajo reporteril, aunque no está claro cuándo ni por quién, a Spota le llamaron El niño terrible de Bucareli. Ocurrió que, hacia febrero de 1947, “ese niño” fue invitado a trabajar en la Secretaría de Educación Pública. Entonces, Luis Spota dejó Excélsior, pero nunca el periodismo. Y años más tarde iniciaría La costumbre del poder.

*Periodista

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