Doble capitulación

Hay momentos definitorios en la historia. Este pasado fin de semana, ante la toma de posesión del autor del fraude electoral en Venezuela, Nicolás Maduro, la Presidenta de México protagonizó dos capitulaciones. La primera, entregó la política exterior mexicana o lo ...

Hay momentos definitorios en la historia. Este pasado fin de semana, ante la toma de posesión del autor del fraude electoral en Venezuela, Nicolás Maduro, la Presidenta de México protagonizó dos capitulaciones. La primera, entregó la política exterior mexicana o lo que quedaba de los viejos lustres, a la causa de las tiranías. En compañía del dictador cubano, Díaz-Canel y del sanguinario Daniel Ortega, de Nicaragua, el representante de la Presidenta reconoció como presidente legítimo de Venezuela a Maduro. Los días que precedieron a la juramentación de Maduro ofrecieron muchas oportunidades para que México se excusase, tal como lo hizo el presidente de Colombia, Gustavo Petro: decenas de políticos de oposición fueron detenidos o desaparecidos. Varios de ellos con perfil muy conocido: el yerno de Edmundo González, los dirigentes de dos de las más importantes organizaciones de defensa de los derechos humanos. Incluso la tarde del día 9 fue detenida con violencia, durante algunas horas, la líder de la oposición, María Corina Machado, pero la presidenta mexicana ni siquiera es capaz de pronunciar el nombre de la valiente venezolana: “ella”, “esta dirigente”, pero nunca María Corina Machado.

La entrega a la causa de la antidemocracia es pública y tiene consecuencias prácticas graves para nuestro país. En una entrevista reciente en Latinus, la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, expresó que “México ya no es un actor principal de América Latina porque ha claudicado en el ejercicio de algo que era muy importante: la política exterior mexicana con una visión amplia de defensa de un conjunto de principios que hacen parte de la agenda internacional, como los derechos humanos, el Estado de derecho, como la democracia”. Por ello, agrega la exmandataria, cuando la Presidenta mexicana convoca recientemente a una conferencia latinoamericana sobre migración, la respuesta fue un estruendoso silencio, porque “la gente ya no cuenta con México”. Dramático.

La segunda capitulación es casi ontológica. Morena tuvo como causa fundacional el supuesto fraude electoral de 2006. No lo hubo. Lo sabe el expresidente López Obrador; lo sabe la Presidenta y el primer círculo, pero lo creen sus militantes. La diferencia en 2006 fue de medio punto porcentual, alrededor de 250 mil votos. La diferencia en Venezuela fue de 37 puntos, como lo demuestran el 85% de las actas en posesión de la oposición. Al reconocer como legítimo el robo de la voluntad de la amplia mayoría del pueblo venezolano, el gobierno de Sheinbaum implícitamente santifica el uso de lo que sea para mantenerse en el poder, como la persecución y encarcelamiento de líderes opositores y el uso del ejército para amedrentar a la población. Cuando calla ante la declaración del ministro del Interior, Diosdado Cabello, de lanzar un misil al avión en el que viajaría el verdadero presidente electo, Edmundo González, la aprueba.

Antes de la transición a la democracia —hoy extinta—, cuando el PRI todavía pensaba que podía permanecer en el poder sin reconocer triunfos a la oposición, se practicaba el “fraude patriótico”. Con el espantapájaros de que el PAN entregaría los estados del norte a Estados Unidos, la izquierda participó con singular alegría en esta práctica, ya sea mirando para otro lado o dejándose querer por el partido en el poder. La práctica es prueba de lo que Enrique Krauze llama los “adjetivos” de la democracia. Desnaturalizar el ejercicio de la democracia supeditándola a un fin: conservar el poder o “impedir que llegue la derecha”, etcétera. Lenin llamó al proyecto de los moderados rusos “democracia burguesa” para justificar la “dictadura del proletariado”. Dictadura, sí, del proletariado, quién sabe. Recientemente, en el segundo aniversario del intento del golpe de Estado por un grupo del ejército brasileño, cercano al bolsonarismo, el presidente Lula se burló de que en las cúpulas de los gobiernos de la revolución rusa y de la revolución cubana no había obreros. “Sólo en una verdadera democracia puede llegar a la Presidencia un obrero tornero como yo”.

La Presidenta renuncia a la tradición democrática e innovadora de las mejores épocas de la diplomacia mexicana en los momentos en que más se necesita, cuando se está a días de que tome posesión un presidente norteamericano que cree que puede regresar a la época de los imperialismos e imponer su voluntad por la fuerza. México siempre intentó compensar su relativa debilidad frente al vecino poderoso, apoyándose en el derecho internacional y contribuyendo a su desarrollo y fortalecimiento. Esa herencia es del Estado mexicano, no de un gobierno. Y así lo haremos valer.

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