Claudia y la nostalgia por Díaz Ordaz

Votaré PRD: por Xóchitl Gálvez y Santiago Taboada. En una mesa de debate reciente, Tatiana Clouthier me reclamó que yo, como feminista, me refiriera a Claudia Sheinbaum como sumisa a los dictados de su mentor, López Obrador. Aunque en un principio rechacé su reclamo, ...

Votaré PRD: por Xóchitl Gálvez y Santiago Taboada.

En una mesa de debate reciente, Tatiana Clouthier me reclamó que yo, como feminista, me refiriera a Claudia Sheinbaum como sumisa a los dictados de su mentor, López Obrador. Aunque en un principio rechacé su reclamo, en realidad me hizo pensar: ¿Alguien ha visto una pistola en la sien de la candidata que la obligue a decir cosas con las que no comulga? No. A estas alturas, ¿el Presidente le puede quitar la candidatura para obligarla a adoptar un proyecto que le es ajeno y del que se liberará en cuanto tome posesión, en la eventualidad de ganar? No. Ésas y otras preguntas me hicieron llegar a la conclusión de que Sheinbaum ha hecho suyas todas las premisas de un proyecto que encoge a México y que excluye a millones de mexicanos. No cabemos en ese proyecto quienes disentimos de Morena y de las reformas propuestas por el presidente López Obrador el pasado 5 de febrero y adoptadas por ella. No es que seamos adversarios políticos con los que se pueda debatir y, eventualmente, llegar a algún acuerdo. No. Según la discípula del Presidente, somos traidores a la patria y también “nazis, macartistas y fascistas”.

Durante las discusiones posteriores a la iniciativa constitucional de reforma eléctrica, derrotada en la Cámara de Diputados en abril de 2022, Sheinbaum llamó a los opositores una y otra vez “traidores a la patria” y apoyó la iniciativa de Morena para exhibir en las plazas públicas y donde se pudiera las fotografías de las y los legisladores que votaron en contra de la iniciativa presidencial, para que sufrieran escarnio público. Más o menos como la inquisición medieval.

Pero ésas no fueron acusaciones al calor de un momento. No. En su discurso de inicio de campaña, el pasado 1 de marzo en el Zócalo, Sheinbaum se refirió a la oposición como “herederos de quienes fueron al extranjero a pedir que un emperador austriaco nos gobernara” y lo repitió hace días al encabezar un acto en la alcaldía Coyoacán. Dijo con palabras lo que se expresa simbólicamente al negar la bandera nacional en los mítines de la Marea Rosa.

La candidata se ufana de ser heredera de las luchas del 68 y el 88, pero en realidad su proyecto coincide más con el de Díaz Ordaz. No me referiré al hecho de que, en la actualidad, la acompaña el nieto del entonces secretario de Defensa y responsable de la matanza de Tlatelolco, Marcelino García Barragán. No. Me referiré a que la segunda demanda del pliego petitorio del movimiento del 68 fue la de derogar el artículo 145 del Código Penal, el de disolución social, que utilizando el concepto de “traición a la patria” recetaba prisión a los disidentes del diazordacismo. Volver a usar esas calumnias contra los opositores es un mal presagio. Para ella, hay mexicanos que no podemos ser parte del diálogo nacional: no muy diferente del discurso de dictaduras como Cuba y Venezuela. Parte fundamental del discurso de esa época negra fue la del militarismo y el punitivismo. Claudia niega lo que todo el mundo ve en su proyecto: un país que día tras día se pinta de verde olivo, tras el argumento infantil de que las Fuerzas Armadas son incorruptibles.

Parte del intento por volver al “orden” diazordacista es el de eliminar a los diputados plurinominales y volver a un Congreso monocolor que sólo represente a las mayorías. A esa propuesta del presidente, Claudia agrega eliminar la reelección de los legisladores y alcaldes argumentando que ello estaba en la Constitución de 1917. Falso. La no reelección se aplicaba exclusivamente a la Presidencia. Sin legisladores plurinominales se impediría que la rica pluralidad que viene expresándose en la sociedad mexicana llegara al Congreso. Quitar la reelección elimina una herramienta potencial para que los electores castiguen o premien a los legisladores y, sobre todo, se desperdicia la experiencia y se impide la formación de diputados y senadores expertos, debilitándolos frente al Ejecutivo.

Regresar la autoridad electoral a Gobernación, desapareciendo al INE autónomo, como lo propone el proyecto anunciado el pasado 5 de febrero, encaja bien con el proyecto autoritario. Lo mismo la renuncia de los 11 ministros de la Suprema Corte de Justicia para pasar a la elección popular de ministros y favorecer así la llegada ya no de una, sino de varias Lenias Batres, ejemplo de ignorancia y sumisión al Ejecutivo.

No importa qué tantas veces se pronuncie la palabra democracia por parte de la candidata Sheinbaum. No hay democracia si no hay efectiva división de poderes con un Poder Judicial autónomo y fortalecido; si las minorías no están representadas en el Legislativo, si se cogobierna con las Fuerzas Armadas y si las elecciones vuelven al Ejecutivo.

No vote por un discurso: vote por los hechos. Yo votaré por Xóchitl Gálvez, en cuya propuesta cabemos todos, incluyendo, claro está, a los adversarios políticos.

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