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La legitimidad de AMLO

Carlos Elizondo Mayer-Serra

Carlos Elizondo Mayer-Serra

Contrapunto

 

Si decide intempestivamente enfrentar el robo de gasolina, en la temporada de mayor demanda, cerrando algunos ductos y dejando sin gasolina a una buena parte del país, sus seguidores le creen que no se podía combatir el robo sin sacrificar el abasto.

Por mucho menos que esta crisis de abasto de combustible, la legitimidad de otro presidente estaría seriamente deteriorada. Sin embargo, como dijo AMLO, “hay aves que cruzan el pantano y no se manchan; mi plumaje es de esos”. Hasta ahora, su plumaje está intacto.

El civilizado comportamiento de cientos de miles de ciudadanos en las interminables filas para cargar combustible es un reflejo de esa legitimidad. El contraste con Macron, el joven presidente de Francia, hasta hace poco muy popular, es notable. Éste quiso aplicar un impuesto de 6.5 céntimos de euro por litro en el diesel y 2.9 por litro en la gasolina. Casi termina en una revuelta social.

AMLO ha manejado los símbolos de manera magistral, desde hacer de Los Pinos un recinto abierto, hasta viajar en línea áerea comercial. Él es un mexicano más y apuntalado en ello ha logrado convencer de que su estrategia es en beneficio de todos. En el robo de combustible ha mostrado su voluntad de enfrentar el problema. Esto lo valora el electorado. Hemos sufrido las filas más largas para la adquisición de cualquier producto que yo recuerde, peor incluso que cuando se racionó la compra de dólares en 1983. Sus seguidores no parecen resentirlo.

La legitimidad es la fuente de mando más eficaz. Un cirujano puede tener tal legitimidad ante un paciente, que obtiene su consentimiento para cortarlo con un cuchillo. En la encuesta de El Financiero del lunes, casi el 90 por ciento está de acuerdo con su estrategia contra el robo de combustible, sin diferencias notables entre los estados afectados por el desabasto y los que no (https://bit.ly/2TQ9tuc).

AMLO no se esconde tras bambalinas para tratar de cuidar su legitimidad, como tantos políticos tradicionales. Al contrario, la trata de renovar todos los días. Él explica, reparte, defiende, ataca. En la crisis de abasto, él da la cara; en palabras de Claudia Sheinbaum: “El vocero es el Presidente de la República”. Sin embargo, como lo sabe hasta el Hombre Araña, todo el poder implica toda la responsabilidad. No basta con ser legítimo. Ni mostrar que se es poderoso. Hay que ser efectivo.

Gobernar supone ponderar las implicaciones de cada decisión. De ahí el título de uno de los libros de Samuel Huntington (en coautoría con Joan M. Nelson) No es una elección fácil. El argumento central es que cambiar un equilibrio subóptimo tiene costos sociales. Si los beneficios de estas medidas no se perciben con cierta rapidez, la falta de efectividad lleva a una erosión en la legitimidad que luego complica tomar decisiones importantes, las cuales siempre tienen costos inmediatos. Todas las reformas estructurales, como las del Pacto por México, fueron tomadas con la expectativa de mejorar las condiciones de vida de una parte importante de la población. Lo mismo está esperando AMLO con sus apresuradas decisiones.

Todo parece ser una emergencia que obliga a actuar de inmediato sin ponderar las implicaciones. Por ejemplo, ¿Cuál es el diagnóstico detrás de la creación de la Guardia Nacional? ¿Cuál es el costo de abandonar la Policía Federal y de no fortalecer a las policías estatales y locales? ¿Qué otros cambios se deben hacer para consolidar una estrategia sostenible en la materia? El debate ha sido muy valioso, pero poco dijo el partido en el poder en defensa de su estrategia más allá de la emergencia por la que atravesamos para justificar la Guardia Nacional. Lo único en lo que los críticos lograron impactar en la opinión pública es respecto a quién debe mandar a este nuevo cuerpo, si un civil o un militar. Ése no era el debate fundamental, por más importante que sea la definición de la cabeza de este cuerpo.

Mientras, AMLO construye a toda velocidad sus nuevos programas sociales. No hay un análisis de por qué ésta sea la mejor forma de gastar el dinero público si se desea mejorar el nivel de vida de los más pobres, pero, evidentemente, su objetivo central es obtener lealtad de amplios grupos sociales que le den un piso de apoyo. Va a funcionar. “Clientes de por vida”, se podría llamar la estrategia.

Es difícil que sea suficiente para poder sostener una legitimidad amplia. Para eso se requiere ser efectivo en los temas que a la mayoría del electorado preocupan y por los que ganó la elección: inseguridad, corrupción descarada y bajo crecimiento económico. Ya se verá.

 

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