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La batalla por Michoacán

Carlos Elizondo Mayer-Serra

Carlos Elizondo Mayer-Serra

Contrapunto

Hay batallas que un político escoge. Cancelar el aeropuerto de Texcoco fue la forma elegida por AMLO para decir: no soy un florero. Ojalá lo haya disfrutado. Durante todo el sexenio cargará con sus implicaciones.

Hay batallas que no son opcionales. Se puede patear el problema, pero la historia te alcanza. Neville Chamberlain optó por no enfrentar a Hitler mediante una política supuestamente conciliadora. Su sucesor, Winston Churchill, ya no tenía opción, excepto la de aceptar hacer de su país un protectorado nazi. Chamberlain es recordado como un pusilánime; Churchill, como un héroe.

Por décadas, los gobiernos mexicanos se hicieron de la vista gorda con el crimen organizado. En 2006, Michoacán era el estado más violento del país: mandos policiales asesinados y cabezas humanas cortadas. El entonces gobernador y hoy coordinador de asesores de AMLO, Lázaro Cárdenas Batel, pidió la intervención federal al presidente Fox. Éste, ya por terminar el sexenio, se lavó las manos.

La entidad estaba controlada por el crimen organizado. Así se lo hizo saber a los michoacanos con una nota pública en septiembre de 2006 (poco después de haber arrojado cinco cabezas en la pista de baile del bar Luz y Sombra): “La Familia no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes, sólo muere quien debe morir; sépanlo toda la gente, esto es justicia divina”.

Recién llegado al poder, Calderón atendió la súplica del gobernador Cárdenas Batel e intervino. Al principio, el operativo militar fue un éxito. Por eso, hace 12 años, los niveles de aprobación de Calderón eran similares a los que hoy tiene AMLO.

Sin embargo, el éxito fue efímero. El país se hundió en una espiral de violencia. La explicación dominante es que se debió a la estrategia de enfrentar al crimen organizado, aunque no sabemos cómo estaría el país si ello no se hubiera hecho. Yo creo que peor. En todo caso, Calderón entregó un país con niveles de violencia a la baja y con una Policía Federal (PF) fortalecida. Peña Nieto no se metió gran cosa en el tema y desatendió a la PF. Hoy estamos mucho peor que hace seis años.

Llevamos ya varias semanas de historias de horror: el descubrimiento de 298 cuerpos en una fosa clandestina en Veracruz (la más grande de América Latina), 19 personas asesinadas en Uruapan (nueve de sus cuerpos colgados de un puente, y el resto esparcidos por el municipio), así como decenas de noticias similares. Hay varios estados con serios problemas. Michoacán es uno de los más complicados, a pesar de haber sido intervenido por la Federación el sexenio pasado. Hoy es tierra de nadie.

Tras la masacre de Uruapan, AMLO dijo: “Es un desafío para las autoridades”. Lo curioso es que la autoridad es él. También el resto de su respuesta es extraña: “No vamos a caer en la trampa de declarar la guerra como lo hicieron en otros tiempos, que fue lo que nos llevó a esta situación de inseguridad y de violencia”. Es casi una invitación a los criminales a seguir en lo suyo. Para AMLO, hay que atender sus causas, “seguir combatiendo la pobreza, creando empleos, atendiendo a los jóvenes”.

El Presidente ha centralizado el poder como nunca. Muchas de sus iniciativas suponen un incremento en las capacidades punitivas del gobierno, incompatible con una democracia liberal, como muestra la recién aprobada extinción de dominio para decomisar bienes o las nuevas sanciones propuestas por defraudación fiscal.

Todo el poder, sin voluntad y sin estrategia para frenar a los ejércitos del crimen organizado, puede permitir algunos golpes espectaculares, como vender en subasta pública propiedades presuntamente del crimen organizado. Sin embargo, no protege a la población de vivir bajo el dominio de grupos que, por capacidad de fuego y de aterrorizar, están sustituyendo al poder del Estado en muchas regiones. No dar esta batalla tendrá graves consecuencias.

 

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