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Honestidad intelectual valiente

Carlos Elizondo Mayer-Serra

Carlos Elizondo Mayer-Serra

Contrapunto

Honestidad valiente fue el eslogan de campaña de AMLO en el 2006. Con esa misma lógica, el Presidente dijo recientemente: “Yo tengo que echar mano de instituciones y de servidores públicos honestos, porque eso es lo principal; 99% es honestidad, 1% es capacidad…”.

No es tan sencillo. Un gobierno muy incompetente y muy honesto puede ser peor que uno muy competente y muy deshonesto.

En el fondo, es una comparación absurda. ¿No puede ser el gobierno de AMLO ambas cosas? Para ser competente se requiere honestidad intelectual. Para ello se necesita escuchar versiones distintas a las del equipo. Confiar en el trabajo técnico.

La honestidad intelectual es necesaria para resolver el problema en el que AMLO condujo al país al cancelar el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM). La justificación para hacerlo fue que, “aun con el costo que implica cancelar esta obra, estoy convencido, lo puedo probar, que fue la mejor decisión…”.

El Poder Judicial ha otorgado amparos a quienes se oponen a la cancelación del NAIM y al inicio de la obra en Santa Lucía, porque AMLO no ha justificado ni lo uno ni lo otro. No es su rancho. No puede, arbitrariamente, cancelar una obra que le hubiera generado riqueza a su dueño, el gobierno federal. Ni escoger dónde sí construir el nuevo aeropuerto.

AMLO ha amenazado con darle la vuelta a los amparos con el argumento de que la construcción de Santa Lucía es un asunto de interés nacional. Lo es tener capacidad aeroportuaria suficiente. No ha dado razones para justificar que la mejor opción sea Santa Lucía.

Datos del diario Reforma muestran que la opción de un sistema de aeropuertos en Santa Lucía, Toluca y el actual aeropuerto ya suma costos por 174 mil millones de pesos. Cercano a los costos oficiales del NAIM, estimados al momento de la cancelación en 202 mil millones de pesos.

De acuerdo con datos oficiales publicados ayer, el gobierno ya pagó más de 75 mil millones por la liquidación anticipada del NAIM. Esos costos los estamos pagando hoy los usuarios con la Tarifa de Uso Aeroportuario, a cambio de ver concreto en Texcoco si al despegar vamos sentados en el lado izquierdo del avión.

Falta contemplar los costos de la infraestructura necesaria para conectar Santa Lucía con la CDMX y con Toluca, así como los de invertir en una nueva terminal para el actual aeropuerto. Se debe incluir también el beneficio económico para los pasajeros y para la CDMX que implica tener un gran aeropuerto en un mismo lugar, en vez de transbordar de Toluca a Santa Lucía.

Falta un elemento crucial. El NAIM permitiría liberar los terrenos del actual aeropuerto. Estas 746 hectáreas pueden ser un jugoso negocio para su dueño, el gobierno federal. Para la CDMX representan una oportunidad única para dotarle de áreas verdes al oriente de la ciudad, así como entretenimiento, universidades, mejor vivienda…

Cancelar el NAIM ha sido justificado por algunos analistas como la manera de AMLO de exhibir su poder. Después de cancelarlo, dijo: “No soy florero de nadie y no estoy de adorno”. Es un argumento absurdo. Había muchas otras formas de mostrar que tiene el poder sin dañar el desarrollo del país y a su propio gobierno.

Si AMLO fuera honesto intelectualmente y, además, valiente, podría anunciar este primero de septiembre que, con la información que tiene ahora, su decisión de cancelar el nuevo aeropuerto fue desatinada. Podría mandar a hacer un estudio para analizar todos los costos y beneficios del NAIM frente al sistema de tres aeropuertos que propone, y comunicar que se optará por la ruta que el estudio defina. Incluso puede poner a la venta el NAIM y no gastar un centavo del erario en construir el aeropuerto capitalino.

Mostraría poder e integridad. Una valiente honestidad intelectual cambiaría la expectativa económica de los inversionistas. Teniendo tan poco que presumir, puede ser una buena idea sorprendernos a todos mostrando que se puede ser honesto y competente. Desgraciadamente, no recuerdo que AMLO haya dicho nunca: “Me equivoqué”.

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