Pétalos

Para fortuna nuestra, no faltan quienes echan a andar su imaginación y ponen su creatividad y la quijotesca locura que descifra el mundo en cada una de sus ideas.

Se acerca, una vez más, el 23 de abril, fecha que tenemos a bien reconocer como el Día internacional del libro y los derechos de autor. Jornada en la que, más allá del gusto por la lectura y los libros, nos percatamos que los augurios apocalípticos que anunciaban el fin del libro –hace apenas algunos años– no sólo han quedado como el testimonio de quienes apostaban por un futuro rendido a la tecnología que vencería las páginas, la textura, la tinta y el olor tan característico de este artefacto que es nuestra mirada a la historia de la civilización.

Momento en el que las coincidencias y la creatividad se cifraron en algo que sólo en el arte puede tener esa dimensión simbólica propia de la poesía –y, claro, en cierto sentido, también en la serendipia que existe en la historia de la ciencia–. Para fortuna nuestra, no faltan quienes echan a andar su imaginación y ponen su creatividad y la quijotesca locura que descifra el mundo en cada una de sus ideas; así, la historia nos habla de esa ocurrencia que, hace cien años, en 1923, el escritor Vicente Clavel Andrés –fundador de la legendaria Editorial Cervantes– colocó en la mesa de las posibilidades el buen camino que los molinos de viento andan con el garbo de los gigantes vencedores.

En efecto, él propuso, ante la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, que en España existiera un día dedicado a celebrar el libro y el amplio mundo que lo hace posible. Lo cual se hizo realidad, en 1926, gracias al tesón de Clavel Andrés, la mediación de Eduardo Aunós –titular del Ministerio del Trabajo español– y la anuencia del rey Alfonso XIII, que la fecha destinada para tal propuesta sería la que, según la tradición, señala el día del nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra. No obstante, la fortuna y la imaginación, esa dupla cuya alquimia suele transformar las palabras en joyas de la memoria, llevó no sólo a cuestionar la primera fecha –que no falte el rigor histórico y académico, por supuesto–, sino a plantear que sería mejor un cambio de criterio, ya que existe una mayor certeza acerca de la muerte del autor de Don Quijote de la Mancha. Lo cual marcaría un cambio que abrió las puertas a una licencia que es un guiño a lo poético.

Así, no tardó en agregarse la conmemoración de la muerte de William Shakespeare, cuya obra también ha sido un faro en las lides del amor, la política, la tragedia y locura. Si bien la diferencia entre los calendarios que dominaban a España y el mundo inglés en el siglo XVII nos plantea que, en realidad, ambos murieron con algunos días de diferencia, en el papel donde se sella la muerte y se escriben los versos quedó subrayado que el 23 de abril murieron Cervantes y Shakespeare, autores de historias que hoy siguen citándose de memoria o siendo presas del aventurado oportunismo del duendecillo apócrifo.

Así, durante estos días, suelo recordar aquellos versos de Jorge Luis Borges que, en su Poema de los dones, nos regala el contrapunto de la historia al escribir “Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas”, puesto que se suma a la fiesta a San Jorge –Sant Jordi, en la tradición catalana–, un personaje que, más allá de lo que implica su controversia a nivel teológico en el ámbito cristiano, posee una historia que de inmediato nos envuelve en el encantamiento quijotesco: además de ser un soldado romano al que se le decapitó por mantener su fe cristiana, se le reconoce por combatir y vencer a un dragón para rescatar a una doncella. Al menos así lo narra Santiago de la Vorágine en la famosa Leyenda Áurea, que fue muy reconocida y popularizada durante la Edad Media: los ecos de aquel héroe también se escuchan en la música que acompaña, desde 1995, la celebración propuesta por la Unesco como el reconocimiento al mundo editorial, los libros, a sus historias y personajes, y a quienes emprenden y se dejan seducir por la literatura. Y no dejemos de incluir al Inca Garcilaso de la Vega y a Nabokov.

Así, en cada comunidad han definido el mecanismo que resulta mejor para celebrar el Día del Libro a nivel internacional. No es extraño que en nuestro país se haya retomado aquella que nos recuerda a Vicente Clavel Andrés y su ocurrencia: en Barcelona suelen regalarse rosas y libros, se intercambian páginas y motivos. Claro, las flores y lo “mexicano” es algo indisociable. Así, para nosotros el 23 de abril se presenta como una oportunidad para recordarnos que, en la literatura, podemos acompañarnos de esos gigantes, dialogar con el príncipe de Dinamarca o escuchar los últimos estertores de un dragón. Que las hojas de cada libro que regalemos o recibamos sean los pétalos de esas rosas que pueden hacer la diferencia en el espíritu. ¿Cuál libro te gustaría recibir el próximo martes?

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