Padecimientos oculares
Mantener la discusión en aspectos que resultan insulsos, es muy importante para los partidos.
Durante estos días, nada termina por ser una casualidad si lo observamos bajo una perspectiva electorera. En efecto, no se les pueden considerar con seriedad a los despropósitos que más de un personaje ha protagonizado durante los últimos días. Más allá de canciones insulsas, de videos promocionales que parecen una tarea de estudiantes poco aventajados y la clara falta de preparación —en todos los sentidos— de una gran mayoría de quienes aspiran a ocupar cargos de la administración pública después de las elecciones del 2 de junio, en muchos casos es evidente que sólo se trata de personajes que representan lo más absurdo del sistema de partidos.
Y no sólo me refiero a una preparación académica que se llegue a constituir como claro referentes de su capacidad para ejercer las responsabilidades que se les otorgarán si son electos o electas en los próximos comicios; en realidad, nos podríamos detener a cuestionar, durante un largo tiempo, acerca de las razones que llevan a tirios y troyanos a elegir a sus candidatas y candidatos que nos han provocado más de una carcajada o una irritante mueca de sorpresa ante lo que hemos llegado a observar. Por ello, mantener la discusión en aspectos que, al final, resultan insulsos, es muy importante para los partidos políticos.
Así, al parecer, durante este proceso electoral nos hemos concentrado en todo aquello que van impulsando los diferentes partidos y que nos lleva a mantener una discusión que, si bien puede ser relevante para algunas personas, deja de lado los aspectos que son clave para comprender las necesidades y exigencias de nuestro país.
Quizá por ello, una declaración como la de Guadalupe Taddei, consejera presidenta del Instituto Nacional Electoral, ante el uso del color institucional por parte de la llamada Marea Rosa, resulta poco más que absurda. En efecto, el sólo hecho de discutir lo que plantea la funcionaria, bajo el contexto actual del proceso electoral, es encender los juegos pirotécnicos de los fuegos fatuos. Pero nada es casualidad, ya que, durante los últimos dos debates protagonizados por Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum y Jorge Álvarez Máynez, las fallas técnicas, y la improvisación quizá han sido los puntos más relevantes en su organización. Lo cual, por supuesto, ha despertado suspicacias y serias preocupaciones al tratarse del organismo que no sólo organizará una de las elecciones más importantes del presente siglo, sino una de las más peligrosas y que exigen de una mayor capacidad para la resolución de conflictos.
En ese sentido, resulta aún más cuestionables las palabras de la consejera presidenta al enfrascarse en una discusión que nos lleva a concluir que padece una suerte de padecimientos oculares muy peculiares: un daltonismo, miopía y astigmatismo muy extraños. Así, mientras coloca una suerte de aguijón en la dimensión simbólica de la marcha de la Marea Rosa, no ha presentado ningún tipo de reacción a las innumerables ocasiones en las que se ha evidenciado la participación de ciertos chalecos color guinda en el proceso electoral al llevar a cabo una propaganda que beneficia a los candidatos del oficialismo bajo el amparo gubernamental. Eso no le genera la menor preocupación al árbitro electoral y tampoco al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Y mucho menos la diaria injerencia del titular del Poder Ejecutivo que, bajo una supuesta libertad de expresión, en otras circunstancias y épocas, le hubiera valido rasgarse las vestiduras, tomar las calles y entonar las sempiternas consignas de los mítines.
En efecto, se trata de observar y subrayar aquello que coloca la discusión pública en asuntos que envuelven y corren una suerte de telón bufonesco para colocar en otro orden de importancia los terribles problemas de nuestro país. Fuegos pirotécnicos que nos distraen de los asesinatos de candidatas y candidatos; del número de homicidios que, semana con semana, se suman al color de la violencia que, como sociedad, nos mantiene en vilo. Es mejor hablar de la corrupción de unos y otros, con la comicidad que esto ha implicado, sin tocar la vorágine de Segalmex o la opacidad de las fastuosas obras gubernamentales —¿será que de demostrarse la fuerza gravitacional de la corrupción devoraría a miembros de todos los colores? ¿Será?–— sin mencionar el desinterés de los sindicatos y su voto corporativo. ¿O la creciente participación de las Fuerzas Armadas en los cimientos de la estructura gubernamental?
Así, es cuestión de nosotros y nosotras que, como ciudadanía, sepamos no perder de vista —y observar con cierta claridad— lo más sustancial de nuestros problemas y colocar las exigencias en las mesas de las casillas electorales. Pongámonos los lentes más exactos, porque ya los necesitamos. Y los requeriremos cada vez más.
