Mentiras sin ficción
La candidata del oficialismo se enfrentó a la necesidad de ofrecer una continuidad de algo que, al menos por las preguntas formuladas, se apreciaba como un fracaso gubernamental.
Una semana. Sí, apenas han transcurrido siete días desde que se llevó a cabo el primer debate de quienes pretenden ser ungidos con la banda presidencial. En efecto, un pestañeo desde que pudimos observar y, quizá, analizar esa pequeña radiografía de la personalidad de Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez. Siete días que, en términos políticos y desde la subjetividad propia de estas lides electorales, se han percibido como si fueran una vorágine que no tiene fin. Vamos del absurdo a la sonrisa que nos provoca el cinismo de la clase política.
Si bien las expectativas del debate podían ser muy exageradas, incluso, ingenuas, no dejaba de considerarse como una primera oportunidad para analizar —en un momento propicio para el desenfado o la iracundia— las reacciones, los movimientos y la capacidad comunicativa de cada uno de dichos personajes. Nos fue posible observar sus expresiones, el acento en cada una de sus palabras y, principalmente, la capacidad argumentativa y la claridad de ideas que las que se debía hacer alarde a lo largo de los casi cien minutos de esta suerte de puesta en escena. Y, bajo la mirada y los intereses de cada espectador o espectadora, se comenzaba a fraguar la narrativa, el discurso y el guion que imperaría apenas se diera por concluido el famoso debate. Sin embargo, las notas y los subrayados no radicaron especialmente en las tres figuras que aspiran a la Presidencia: eso es justamente lo que debería salir de los paréntesis.
Cada uno tendrá sus conclusiones acerca de ese momento. Hay quienes pregonan triunfos —proclamando loas hasta la náusea— o aquellos que señalan lo irritante que es el olor a la derrota. Otras y otros tantos, sólo corroboraron la frustración que implica observar el nivel de quienes pretenden dirigir a nuestro país en los próximos seis años, con sus ecos en un futuro cada vez más incierto. No obstante, hay otro tipo de conclusiones que deberían estar fuera de la órbita de lo superficial y patético que es coronar, obligadamente, a una “ganadora”, pues se trata de analizar y resaltar lo que implicaron las preguntas que se formularon a lo largo del debate.
¿Cuál es el merecimiento para señalar vencedoras y derrotados? Partamos de algo simple: cada una de las preguntas, se comentó a lo largo del formato, las redactaron personas que tienen una perspectiva muy alejada al mundo de fantasía que ha construido la propaganda oficial: se abrió el telón del engaño para mostrarnos una realidad que no necesita del corifeo y los apologistas del actual sexenio. Se cuestionaron aspectos que exigían respuestas contundentes y con miras a afrontar una realidad inmediata, ideas, posibles soluciones, estrategias. Sin embargo, a pesar de que permeó la ausencia de una sólida argumentación y claridad expresiva, el gran problema se hace patente cuando la candidata del oficialismo se enfrentó a la necesidad de ofrecer una continuidad de algo que, al menos por las preguntas formuladas, se apreciaba como un fracaso gubernamental. Y, como ya lo señaló su propio dirigente “moral” y jefe de la campaña a perpetuidad, su papel no fue digno de un aplauso unánime.
Así, observamos que el reto era mayúsculo, pues al mundo de “los otros datos”, se le debía abrigar con los “otros datos” que apuntan a ese mundo irreal en el que la gente es “feliz” y todos los fracasos son resultado de conspiraciones milenarias. Se entiende, pues, que para valorar positivamente el sexenio de la airosa mentira, se necesita de un engaño aún más sofisticado. Ahora bien, lo interesante es observar lo que sucede con la opinión y análisis de tantas personas: señalar la “victoria” de quien evade las preguntas, quien responde con las felices estadísticas que provienen del mundo de los “otros datos” o, simplemente, se jacta de los resultados de un gobierno que hoy tiene en focos rojos a la Ciudad de México, les deja bien colocados en el polvorín que siempre implica avalar las mentiras. En las contradicciones del poder no dejan de asomarse las costuras de la corrupción, que se aplaude y consiente sin la reserva del decoro.
Y, por cierto, ¿la oposición? Cada vez pierde oportunidades que, bien observadas, serían lo que proyectaría a sus candidatas y candidatos. No han comprendido que en el circo del maniqueísmo populista —bien estructurado y aprovechado por la Cuarta Transformación— llevan muchos golpes de desventaja, por su historia y por el titubeo de sus pasos. Así, en esa terrible dicotomía que se ha consolidado día con día, la lucha de la ciudadanía por la justicia y la verdad, podrían ser los puntos cardinales de aquello que puede brindar una nueva perspectiva de futuro. ¿Serán lecciones tan difíciles de entender?
