Entre cuestionamientos y el quizá

Cualquiera podría comprender a quienes prefieren cambiar de canal, de frecuencia radiofónica o de página para no dejarse envolver por la desolación.

En plena época de recuentos anuales y de conteos inopinados, no deja de ser sorprendente la capacidad que tenemos de observar lo que sucede a nuestro alrededor con un cierto aire de indolencia, de hartazgo e indiferencia. Quizá en nuestra memoria no hay espacio para tantas cosas que envuelven el corazón y nuestra sensibilidad entre los paños de la desgracia que, en lo cotidiano, escuchamos u observamos durante algún noticiero. Y tal vez sea un mecanismo que nos permita transitar cada día para enfocarnos en nuestros asuntos.

En ese sentido, los ejemplos sobran. Así, experimentamos una la última semana de un año en el que el escenario político de nuestro país nos ha encendido las alertas pues estamos en el umbral de observar lo que ha implicado la disolución en el equilibrio de los Poderes de la Unión, arrinconando en un terreno pedregoso al sistema de justicia y evidenciando la existencia de un gobierno en el que el sistema de partidos –y todas sus ramificaciones clientelares– ha sido una cuña que sostiene al presidencialismo más rancio del que tengamos memoria en las últimas décadas.

Por otro lado, aunque se presente toda una cruzada por disfrazar las estadísticas que nos remiten a medir, de alguna manera, la violencia que impera en el país, la incómoda realidad termina por imponerse sin la necesidad de voceros ni la parafernalia de ruines intérpretes de los números. Aunque las fanfarrias y las albricias sean los recursos más eficientes en la propaganda gubernamental, la violencia parece no estar convencida del sentido de semejante retórica.

Y si a lo anterior le sumamos las problemáticas que existen en el contexto internacional –con sus respectivos ecos en los pasillos de nuestro país–, todo parece un polvorín apenas sostenido por los frágiles hilos de la cordura: el belicismo, las constantes amenazas a la democracia, el fanatismo religioso e ideológico, el despertar de las pulsiones de un fascismo que ha adquirido nuevos e inauditos rostros. Cualquiera podría comprender a quienes prefieren cambiar de canal, de frecuencia radiofónica o de página para no dejarse envolver por la desolación. Y, no obstante, algo queda flotando en ese respirar en medio del aire turbio de nuestra cotidianidad.

Vaya que, a pesar de lo difícil que resulta, mantener la esperanza y darle vuelta a la indiferencia es una de las más urgentes tareas de quienes apostamos por subrayar la posibilidad de un mundo en el que se silencien los portavoces del maniqueísmo, de los fanáticos de los populismos –y los retruécanos del fascismo– y de quienes prefieren entonar las melodías del engaño y la corrupción como su modus vivendi. Tarea difícil cuando las apuestas del oficialismo radican en silenciar todo aquello que constituya una amenaza a la hegemonía de su narrativa. Y, sin embargo, construir las alternativas de esa posible realidad es una labor insoslayable.

Quizá, en estos días de recuentos y conteos, radique la clave y la piedra de toque sobre las que se sostendrá esta nueva versión del futuro. No olvidemos quiénes son los que han permitido que el crimen organizado dé cuerda a los relojes de la vida, a quienes han apostado por la opacidad y el desarrollo del cáncer que ha convertido a nuestro sistema político en una versión tropical de Alí Babá. Subrayemos las palabras de Rob Riemen que, en su libro El arte de ser humanos, plantea “el orden mundial de la mentira y la estupidez victoriosa siguen vigentes. No debería sorprendernos, porque también pululan las larvas de la desolación del no saber y del fanatismo del saber único. Y si hay algo que nos enseña la historia, esa que Cicerón nos presentó con orgullo como nuestra magistra vitae, la tutora de nuestras vidas, es que justamente no aprendemos las lecciones de la historia, sencillamente porque no la conocemos. No tenemos memoria, y por eso la estupidez puede seguir triunfando…”.

Quizá por ello hay quienes pretenden, con calzador ideológico, reescribir la historia muy a su modo. Y, sí, quizá por ello necesitamos apostar por recordar que en la tierra fértil del porvenir, la democracia está mucho más allá de una simple andanada retórica. Y ése es un buen inicio para imaginar otro tipo de futuro, reorientando las coordenadas la esperanza y sin dejar de lado que en los matices se encuentra la brújula para hacer frente a esa perspectiva de opuestos, de blancos y negros, por la que tanto han apostado. 

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Lectora, lector, deseo que disfrutes de un gran año 2026. Te mando un enorme abrazo.