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Agencias de colocación

Carlos Carranza

Carlos Carranza

Hay nubarrones en el panorama de la democracia que tanto trabajo ha costado cimentar durante los últimos treinta años. Así, amanece una vez más y nada ha cambiado en nuestro país cuando se trata de repartir el botín político en turno. El gobierno es el paraíso del compadrazgo, amiguismo, nepotismo, pago de favores –y tantas negociaciones más– que definen la búsqueda de muchas personas que aspiran a obtener un poco de quien mueve los hilos desde el asiento más privilegiado, la silla presidencial. Finalmente, las casi ocho décadas del priismo más rancio fueron posibles gracias a que esta manera de “administrar” les brindó la garantía de sellar pactos, acuerdos y lealtades que se musicalizaban con el bello sonido de las monedas y el poder. 

Por ello, el espectáculo de las elecciones internas del partido oficial –que se llevaron a cabo el fin de semana pasado– son la señal de que nada ha cambiado en los “aires” democráticos que se pregonan en los pasillos del Palacio Nacional. Ante las numerosas evidencias de que las prácticas más añejas del acarreo, el mapachismo, la compra de votos y el uso de los programas sociales para condicionar la participación ciudadana, están más vivas que nunca, algo ha quedado muy claro: su discurso, en el que se jactan de ser el paradigma de la democracia, es un simple ejercicio de retórica populista, y falsa ideología, que seguirá manteniendo como objetivo desparecer al árbitro electoral, el INE. 

Así, en las raíces de todo partido político también se van sembrando las expectativas del mundo aspiracional que tanto irrita al primer mandatario –al menos como parte de sus flamígeras palabras que tanto gustan a sus fieles– y que dejan de lado cualquier principio ético, proyecto social, económico y de justicia, en función de los intereses personales y del grupo político al que se pertenezca. Sólo así se entiende que el gobierno y el sistema de partidos sean las mejores agencias de colocación para sus simpatizantes, correligionarios y un garante de quienes llevan años distinguiéndose en su prístina labor en el servicio público. 

Sin embargo, durante el presente gobierno no ha pasado desapercibido que el principio rector de López Obrador, en que se privilegia una supuesta “honestidad” sobre la capacidad de quienes ocupan un cargo público, es la mejor explicación que se ofrece cuando se cuestiona alguna designación oficial. 

 Quizá en esa ecuación se debe agregar que la lealtad incondicional a la figura presidencial y sus designios son de lo más relevante en los criterios de selección. Basta con una mirada superficial en quiénes son aquellos y aquellas que ocupan un puesto o reciben un contrato por parte del gobierno para que esto se valide. Y los mejores ejemplos se encuentran en el Gobierno de la Ciudad de México, cimiento de la actual administración. O tal vez en el servicio exterior, infalibles cheques al portador. 

 No obstante, la propuesta como candidata a la gubernatura del Estado de México por parte de Morena es una joya en la corona del presidencialismo. Es la única alternativa para explicar una figura como Delfina Gómez en el tablero del poder. Y no podía ser distinto: a pesar de ser señalada como el artífice de un delito electoral, según el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, fue designada como secretaria de Educación Pública. 

 Y, ahora, está en el umbral de convertirse en la gobernadora de un estado que es un tesoro electoral con miras a las siguientes elecciones presidenciales. La lealtad se paga y, por cierto, nadie podría despreciar los votos de la CNTE que están en juego. Sólo en un gobierno en el que la impunidad es deporte esto podría ocurrir. 

 Poco importa la trascendencia de la administración de Delfina Gómez frente a la SEP durante una de las épocas más complejas para la educación en nuestro país. Lo relevante es la función electoral y la experiencia en el manejo de recursos que puede alimentar las futuras campañas, en lo cual la maestra es una garantía. 

 Una pregunta al calce, ¿alguien ha visto a la oposición? Quizá las preocupaciones de sus respectivas dirigencias sea la administración de las mejores fichas con miras a que la agencia de colocación de sus partidos no los pierda de vista. Por cierto, es curioso que la más efectiva oposición, hasta ahora, sea la de los propios miembros del partido oficial. Nadie, pero nadie, lo hubiera imaginado, ¿verdad? 

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